Editorial

Patrimonio vuela alto

Es una alegría para el país que los barriletes gigantes literalmente vuelen ante todo el mundo, incluso aquellos tan grandes que desde el suelo invitan a otra dimensión.

Esta semana fue entregado a artesanos de Santiago Sacatepéquez el certificado de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) que oficializa la designación de la técnica para elaborar los barriletes gigantes cada 1 y 2 de noviembre como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Esta distinción es honrosa y entraña un compromiso de conservación de dicho conocimiento, de la organización comunitaria y del fondo místico de ese ceremonial, que es más que una exhibición de arte visual efímero.


Es penosa la mentalidad obtusa, miope o egolátrica de exfuncionarios o funcionarios afanados en la vanagloria individual o politiquera para reclamar crédito por tal certificación. Es como si a estas alturas importara quién propuso al Rabinal Achi’ o a la ceremonia de La Paach como parte de la misma lista. Nadie lo recuerda. Lo relevante es que esos tesoros figuran en la misma. El ansia de protagonismo solo revela carencias de autoestima o ulteriores pretensiones ajenas a la exaltación de un patrimonio trascendental.


Las expresiones de piedad popular de la Semana Santa guatemalteca también se encuentran incluidas en la nómina de la Unesco, por su colorido, riqueza de matices antropológicos y teológicos. Pero ello a la vez entraña una alerta para que no se conviertan en manifestaciones vacías de sentido pastoral o evangelizador, que es su fin primordial; la incursión de música ajena y de códigos sociales contradictorios con la fe católica representan un riesgo. Es como si los barriletes gigantes se volaran en otra ocasión que no fuera el Día de Todos los Santos y el Día de Difuntos, o si el Rabinal Achi’ se representase en cualquier otra fecha ajena al 25 de enero, fiesta de San Pablo, patrono de Rabinal, Baja Verapaz.


Tales contextualizaciones y pertinencias son aspectos que los mismos guatemaltecos deben meditar, reforzar y proteger. Esto lleva a reflexionar sobre el papel del Estado respecto de los patrimonios inmateriales y materiales. La respuesta es obvia: apoyar su documentación, preservación y valoración sin convertirlos en rituales exóticos ni en objetos folclóricos, pues son expresiones auténticas de identidad cultural.


Existen, de hecho, muchos más patrimonios inmateriales guatemaltecos que están a la altura de otros tesoros mundiales: gastronomía, procedimientos artesanales, rituales y cosmovisión. Es necesario que las autoridades de Cultura prosigan la tarea de impulsar nuevas declaratorias globales. El sistema calendárico maya constituye uno de esos tesoros guatemaltecos que necesitan reconocimiento y difusión.


Como acciones inmediatas deseables, el Estado de Guatemala debería divulgar entre la niñez y juventud los patrimonios ya reconocidos por la Unesco, pero también todos aquellos dignos de aspirar a serlo. Los registros mundiales demoran años, debido a los procesos de documentación y estudio; no obstante, ya tienen una dignidad y una grandeza inherentes. En otras palabras, no deberíamos depender de nóminas institucionales para valorar las expresiones multiculturales, ya sea de raíces prehispánicas, coloniales o sincréticas. Es una alegría para el país que los barriletes gigantes literalmente vuelen ante todo el mundo, incluso aquellos tan grandes que desde el suelo invitan a otra dimensión.

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