Editorial
Ojo cristalino de Petén
Para los guatemaltecos, el mapa del país no sería el mismo sin ese imaginario “ojo” que se encuentra en el centro del departamento de Petén.
Con más pompa que gloria se anunció la declatoria del lago Petén Itzá, el tercero en extensión del país, con 99 kilómetros cuadrados, como Patrimonio Nacional Natural. Y es que desde el 2003 fue creada por el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales una Autoridad para el Manejo Sostenible de dicho cuerpo de agua, pero su deterioro ha sido paulatino: desagües de la Isla de Flores y municipios circunvecinos desembocan en él; en especies de peces endémicas han sido encontrados restos de microplásticos; las escorrentías de las lluvias arrastran desechos de fertilizantes que estimulan el crecimiento exagerado de algas.
La Ley de Protección del lago Petén Itzá, aprobada el 13 de noviembre último, así como la declaratoria de su rescate y conservación como urgencia nacional pueden ser elementos que contribuyan a crear mayor conciencia de su valor e importancia. Sin embargo, se necesitan recursos económicos y profesionales para echar a andar proyectos de verdadero impacto, como la creación de plantas de tratamiento y el freno total a los desechos sólidos.
De hecho, el lago Petén Itzá no solo es una joya natural, sino también histórica y arqueológica, debido a sus vestigios de población prehispánica y a las fuertes raíces de la etnia maya itzá. Esto fortalece también su vocación como un núcleo de ecoturismo y turismo comunitario, que ya son una fuente de ingresos para pobladores pero que pueden potenciarse a futuro. Esto, sin embargo, va ligado a su rescate, a la creación de infraestructura adecuada y al respeto de reglas referentes al tratamiento de aguas servidas.
Para los guatemaltecos, el mapa del país no sería el mismo sin ese imaginario “ojo” que se encuentra en el centro del departamento de Petén. Tal simbolismo debería formar parte de una campaña de valoración y protección de sus aguas. Lamentablemente, la falta de planes de ordenamiento territorial en los municipios circundantes, que terminan escudándose en el concepto de “autonomía” cuando les conviene, ha dificultado la coordinación para frenar la llegada de desechos de todo tipo. Por si fuera poco, la deforestación es evidente, sobre todo al observar fotografías aéreas de décadas anteriores.
El cambio climático y los desbalances en los regímenes de lluvias marcan presencia a través de los cambiantes niveles del agua, que llegan a cubrir la vía que circunda la isla de Flores. Estas variaciones también abarcan la temperatura del lago, que también es un factor que incide en la sobrevivencia de peces, crustáceos y moluscos. De hecho ya se han reportado episodios de muerte súbita de peces, lo cual se atribuye a la contaminación por químicos agrícolas.
Es deseable que la autoridad de la cuenca no se convierta en un nicho de burocracia inoperante para subsidiar los clientelismos de diputados o alcaldes locales. El plan de rescate y conservación del “ojo de Petén” debería convertirse en un modelo de investigación científica, ojalá con ayuda de países amigos y entidades internacionales que aporten su experiencia en casos similares de otras latitudes. No es halagüeña la realidad del lago de Atitlán, con persistentes tubos de desagües en sus riberas o la prolongada agonía de Amatitlán, que recibe toneladas de basura a diario, pero ojalá el Petén Itzá cuente con mejor fortuna y resultados.