Nuevo alto al fuego en la sufrida Tierra Santa
Quiera Dios que signifique un cese permanente a las hostilidades.
Las pugnas y reclamos históricos, políticos y religiosos en Oriente Medio, específicamente entre Israel y Palestina, han causado sucesivas guerras y relativas calmas, incontables atentados terroristas y también denodados intentos de lograr acuerdos de paz. La agresión armada del grupo extremista islámico Hamás contra territorio israelí el 7 de octubre de 2023 dejó 1,200 civiles muertos y más de 250 secuestrados, de los cuales algunos han fallecido, otros han sido liberados en previas treguas pero aún permanecen en cautiverio 60, incluyendo mujeres y niños.
Ese ataque palestino contra población indefensa detonó una operación israelí que barrió con varias ciudades de la Franja de Gaza en violentos bombardeos. El objetivo era inutilizar la red de túneles usados por los terroristas, quienes utilizaban como escudo humano —toda una vileza— hospitales, escuelas y edificios residenciales, es decir a la misma población que decían defender. En varias operaciones, Israel aniquiló a dirigentes y autores intelectuales del ataque inicial, pero también fue autor de bombardeos y enfrentamientos directos que a la fecha han dejado a unos 46 mil palestinos muertos, igualmente incluyendo mujeres y niños.
Voces locales y globales exigieron un alto al fuego durante todo el 2024. La semana pasada se anunció que había acuerdos entre Hamás e Israel para un cese al fuego, entre los cuales está la paulatina liberación de prisioneros. Ayer cobró vigencia la tregua y tres mujeres israelíes volvieron a su país; se esperaba la excarcelación de un centenar de presos y combatientes palestinos. La presión de la misión estadounidense, integrada por personal del presidente saliente Joe Biden y del entrante, Donald Trump
—hoy jurará su segundo mandato—, fue clave para frenar las acciones militares. Catar fue el punto neutral para las conversaciones.
Tanto en Israel como en Palestina existen facciones ultranacionalistas que rechazan toda negociación. De hecho, ayer renunciaron tres miembros del gabinete del primer ministro Benjamín Netanyahu pertenecientes al partido radical Poder Judío, quienes consideran los acuerdos como una “rendición”, y desde su punto de vista los rivales no mantendrán su palabra. Todo está por verse.
El costo de la reconstrucción de la vida en la Franja de Faza se prevé estratosférico, pues la mayoría de edificios y viviendas está en ruinas; las redes de agua potable y electricidad están devastadas, pero, sobre todo, es incalculable el costo humano en vidas perdidas, familias rotas, niños huérfanos o expuestos a desnutrición, enfermedades y traumas, así como deficiencias en su formación educativa, lo cual, a su vez, aprovechan grupos extremistas para acicatear odios. Por eso en las guerras nunca hay ganadores, solo perdedores; en los odios nunca hay posibilidades de desarrollo, solo de más confrontación.
En septiembre de 1993 se logró la firma de un histórico acuerdo de paz entre el primer ministro de Israel, Yitzak Rabin, y el máximo dirigente del grupo terrorista Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat. Este acuerdo, a pesar de que no duró permanentemente, sería el origen de la actual Autoridad Nacional Palestina. Rabin fue asesinado en noviembre de 1995 por un ultranacionalista judío que rechazaba el acuerdo. Arafat murió en 2004 y la Autoridad Palestina, que al principio tuvo dirigentes de aspiración democrática, fue copada por el partido extremista Hamás, que rechaza la coexistencia pacífica. En otras palabras, es grande y temible la fragilidad del acuerdo recién firmado, pero es la única esperanza. Quiera Dios que signifique un cese permanente a las hostilidades.