Editorial
Milagros económicos
El milagro es posible, pero solo si la ciudadanía exige y sostiene una visión que implica creer más en sí misma y menos en la demagogia o el populismo.
Bajo el término de “milagro económico” suelen clasificarse las historias de éxito de naciones que, en el transcurso del siglo XX, se encontraban en una situación de miseria extrema, inamovilidad productiva y franca decadencia competitiva. Sin embargo, a partir de liderazgos con visión, estrategias sostenidas de desarrollo y políticas centradas en el crecimiento, el bien común y el desarrollo de sus habitantes consiguieron posicionarse como países de elevado ingreso per cápita, destinos privilegiados de inversión y con una ruta inequívoca de bienestar para sus poblaciones.
Uno de los casos más recientes se expuso en el Encuentro Nacional de Empresarios 2024, con la conferencia de Toomas Ilves, expresidente de Estonia, una nación europea báltica cuyo territorio apenas sobrepasa los 45 mil kilómetros —poco más de la extensión de Petén y Alta Verapaz— y con una población de un millón 450 mil habitantes, pero que hoy constituye uno de los polos tecnológicos del continente, con economía vibrante y fuerte destino de inversiones digitales.
Hace treinta años, Estonia era un país arruinado y en absoluta pobreza, después de varias décadas tras la Cortina de Hierro, como parte de la Unión Soviética. ¿Cómo sucedió la transformación? Tres aspectos: una apuesta decisiva y constante por el activo más valioso de cualquier país, su población, a través de una educación de calidad; segundo: la capacitación tecnológica de la niñez y la juventud, sobre todo en el área de programación; y tercero: certeza jurídica en el Estado para garantizar la llegada de inversiones productivas. Esto último incluye un combate total de la corrupción y un extensivo programa de transparencia y digitalización del gobierno, a fin de rendir cuentas claras a la población sobre el uso de recursos.
En otras palabras, no hay tal “milagro”, sino simples consecuencias de acciones con visión de Estado, condiciones de equidad competitiva y un fortalecimiento constante de la calidad educativa. Y la mejor prueba de que esa fórmula funciona no es solo Estonia, sino también otros países que se encontraron en niveles dramáticos de hambre y subdesarrollo pero que hoy son potencias económicas.
Después de la guerra entre 1950 y 1953, Corea del Sur era un país en ruinas. Recibió asistencia económica, pero en la década de 1950 implementó un plan de reinvención económica que abarcaba, por un lado, la seguridad alimentaria y agrícola, pero por el otro, una apuesta decisiva por la industrialización a gran escala, lo cual, a la vez, necesitaba mano de obra inteligente, capacitada. Hoy es una de las 10 economías más fuertes del planeta. Y se puede agregar el ejemplo de Singapur, que solo era una isla pesquera a inicios de la década 1960 pero se convirtió en un polo financiero y manufacturero bajo la misma premisa: desarrollar el talento de su población joven y generar una visión de crecimiento con fuertes castigos a la corrupción estatal de todo tipo.
Corea del Sur, Singapur y Estonia eran más pobres que Guatemala en 1954, y esta es la mejor prueba de que la polarización, los malos manejos del Estado y las erráticas políticas gubernamentales constituyen la principal barrera hacia la superación. El milagro es posible, pero solo si la ciudadanía exige y sostiene una visión que implica creer más en sí misma y menos en la demagogia o el populismo.