Editorial

La herencia para nuestros hijos y nietos

La herencia que estamos dejando a nuestros hijos y nietos es de aridez extendida, de manantiales extintos, de ríos secos o contaminados con aguas negras.

Existe un afán, muy natural, lógico y justificado de legar a los hijos o nietos una buena formación educativa, quizá algún bien inmueble o una herencia económica con la cual puedan emprender su camino de vida. Pero a nivel comunitario y social existe otra herencia que ya se venía dilapidando, que los nacidos en las décadas 1970 y 1990 recibieron con cierto deterioro, pero que ahora entregan aún más reducida a las siguientes generaciones: los bosques guatemaltecos, que, según cifras oficiales, han perdido el 50% de la cobertura que tenían hace 50 años y aún así se siguen talando, quemando y contaminando, incluso en áreas protegidas.


Cierto es que existen personas y sectores con más relación con esta destrucción ambiental que algunos, para disimular tan feo concepto, le ponen el eufemístico nombre de “cambio de uso de suelos”. Las comunidades crecen, hay más viviendas y ciertamente le restan espacio al campo, y es allí donde entran los famosos, pero a menudo inoperantes, planes de ordenamiento territorial a cargo de las municipalidades. En estos se deberían contemplar zonas forestales, no como ornamento, sino como áreas de recarga hídrica, protección de cuencas y oxigenación del aire.


En 1990 se estableció la Reserva de la Biosfera Maya (RBM), la cual constituye uno de los mayores pulmones de Mesoamérica y del continente americano. Integrada por varios parques, reservas y biotopos, esta área es un refugio de flora y fauna, con un inmenso potencial global para el turismo ecológico, comunitario y arqueológico, que a la fecha aún no se desarrolla como debiera. Peor aún, la RBM se ve amenazada por incendios provocados, narcoganadería e invasiones agrícolas que agotan los suelos en poco tiempo, pues su vocación es forestal.


Desde hace tres décadas, la cantidad de guardarrecursos es insuficiente y su equipamiento es magro. Actualmente existen 480 guardianes forestales para todo el país, de los cuales 278 se encuentran en Petén, para vigilar miles de kilómetros de la RBM. Pero se necesita más que un aumento de personal: hace falta una visión sostenible del desarrollo guatemalteco, y los tiempos actuales —de cambio climático, desbalance de lluvias y desastres ambientales— concretan las razones que hace tres décadas parecían hipótesis o eran incluso calificadas de histeria.


La pérdida de bosques nativos debe prevenirse con energía y con la ley en la mano. Reforestar con especies que no son ecológicamente pertinentes es como no sembrar nada, y prueba de ello son extensas áreas de la Verapaz donde plantaron eucaliptos, los cuales consumen el agua en lugar de retenerla, y los resultados están a la vista. Lo mismo vale decir de seudoprogramas de reforestación, politiqueros y clientelares, ejecutados sin ton ni son por paramilitares o exsoldados, sin orientación ni dirección alguna, solo para justificar onerosos pagos por supuestos servicios a la patria.


A Guatemala le queda un tercio de territorio con cobertura forestal, y ello podría parecer bastante, pero no lo es. Ya estamos en deuda con nuestro entorno, y quien lo dude que observe los niveles de los ríos otrora caudalosos, que examine la disponibilidad de agua en mantos freáticos y que note la gran cantidad de residenciales “ecológicas” que derriban árboles para ser erigidas sin ninguna supervisión municipal ni estatal. La herencia que estamos dejando a nuestros hijos y nietos es de aridez extendida, de manantiales extintos, de ríos secos o contaminados con aguas negras. Quizá aún podemos cambiarla. Debemos.

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