Editorial

Hay que vivir a Asturias

A pesar de la doble conmemoración de este año, es realmente pobre la exaltación de tal herencia.

En la década de 1970, un escritor guatemalteco propuso que “había que matar a Asturias”. Se desató una polémica y él tuvo que aclarar que no era una afirmación literal, sino una exhortativa a escapar del estilo, del influjo mágico realista, étnico, de jitanjáforas y fluires síquicos tan propios del nobel de literatura 1967, Miguel Ángel Asturias, cima de las letras guatemaltecas, de cuyo nacimiento se cumplen 125 años el próximo 19 de octubre y de cuyo deceso se conmemoró medio siglo el 9 de junio último.


Y aunque las vías creativas literarias guatemaltecas han encontrado nuevos derroteros, han entablado diálogos con otras latitudes y se han renovado con otras tonalidades y texturas, Asturias sigue siendo inmortal, por la trascendencia de su estilo, la caleidoscópica visión de su patria multicultural y la posibilidad perenne de sorprender a nuevas generaciones de lectores, siempre y cuando se promueva la lectura de sus textos en secundaria y universidades. Antes de eso, los profesores deben haberlo leído y conocer el contexto para valorar tan florida producción.


Precisamente por esa presencia constante, influjo permanente y creatividad inagotable, incluso más allá de su ausencia física, este domingo Prensa Libre dedica al legado asturiano un ejemplar completo de la Revista D, para propiciar el acercamiento de quienes aún no lo conocen y motivar la revaloración en quienes alguna vez lo vieron de lejos, quizá en la secundaria o la universidad. Si bien prima la seriedad en el abordaje, se efectúa a través de un tono accesible, dinámico y didáctico para lectores de toda la familia guatemalteca.


Hay que revivir a Asturias. Primero, a través de motivar la exploración y la vivencia de sus poemas, cuentos, novelas, obras de teatro y artículos periodísticos. Las autoridades de Cultura y Educación son las primeras llamadas a impulsar una campaña efectiva, inteligente e innovadora. A pesar de la doble conmemoración de este año, es realmente pobre la exaltación de tal herencia. Y no se trata solo de elogiar, sino también de discutir, cuestionar y hallar los puntos polémicos de la vida asturiana, como su tácita negación inicial del indígena que se convirtió en piedra fundamental de su trabajo.


Hay que humanizar a Asturias. Bajarlo del pedestal para poder visualizar al muchacho inquieto que durante una estadía de familia en Salamá, Baja Verapaz, se encontró con el mundo de las leyendas de Guatemala; para encontrar al joven periodista que a los 24 años se fue a París a buscar las vanguardias, que no solo encontró, sino se volvió parte. Hay que perderle el miedo a Asturias, así como el estigma de complicado o elitista, pero eso solo lo logran padres y educadores valientes que se atreven a leer Hombres de Maíz, Mulata de Tal o el Hombre que lo tenía todo, todo, todo, para luego guiar la exploración de niños y jóvenes.


Hay que matar los prejuicios sobre Asturias: ver el alcance universal de su voz y la admiración internacional hacia sus textos para propiciar la creación literaria personal en tiempos digitales. Allí, entre esos estudiantes que están por salir de vacaciones, debe estar el próximo Asturias, pero solo florecerá con el aliento hacia el valor de ser auténtico y creer en la propia capacidad generativa de ideas, imágenes, ritmos, melodías, caras, sonidos y nuevas lumbres para el pensamiento.

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