editorial

Explosión en Cahabón es infausta advertencia

El hecho de que se trate de una tradición o de una actividad lúdica no disminuye un ápice la posibilidad de sufrir un percance.

No es el primero pero ojalá fuera el último incidente trágico relacionado con el uso inadecuado, imprudente o descuidado de juegos de pólvora en Guatemala. El 4 de diciembre, durante la festividad patronal de Santa María Cahabón, Alta Verapaz, frente al parque central, se registró la brutal explosión de una caja de 600 luces de colores. La causa, al parecer, fue un chispazo emanado por la quema de una bomba artesanal. Igual pudo ser un fósforo encendido o una colilla de cigarro, el caso es que esos materiales no pueden ni deben manejarse como si fueran inocuos.


Se trata de artefactos explosivos, potencialmente mortales, cuyo uso constituye parte de una expresión tradicional de alegría popular. Sin embargo, este fin no los hace menos riesgosos y por lo tanto su transporte, almacenamiento y preparación antes de usarlos requieren de serias precauciones. Apenas en agosto, en Joyabaj, Quiché, ocurrió un incidente análogo en una cohetería que se incendió. Quedó grabado el estruendo y el fogonazo de cientos de ametralladoras y fuegos artificiales. Los transeúntes se salvaron de milagro, pero ya no pudieron seguir su camino.


En Cahabón, la proximidad de familias, devotos, vendedores y niños ocasionó una cauda de 60 lesionados, de los cuales la mitad ameritó hospitalización y al menos cuatro presentan graves cuadros de quemaduras corporales, daños en rostro, ojos y oídos. Aún es demasiado temprano para tener una prognosis clara de los efectos que tendrá este daño, pero dos de los niños lesionados podrían perder al menos un ojo y quedar limitados de la visión en el otro. Su situación requirió traslado hasta la capital. Desgraciadamente, para los médicos tratantes, este tipo de quemaduras no son desconocidas y advierten de que en cada diciembre se incrementan los incidentes, que a menudo involucran a menores.


Mañana se efectuará la tradicional quema del diablo, durante la cual se encienden fogatas y se prenden juegos pirotécnicos, en áreas urbanas y rurales. Además de los efectos contaminantes, altamente señalados y demostrados, esta práctica continúa por la misma inercia de las costumbres. Aunque se haya reducido la cantidad de fogarones, la quema de cohetillos, ametralladoras, bombas y morteros suele ser un sustituto o un acompañante de la ocasión. Pero el hecho de que se trate de una tradición o de una actividad lúdica no disminuye un ápice la posibilidad de sufrir un percance, ya sea por mechas cortas, uso inexperto o imprudencia de terceros.


Cabe citar opiniones de médicos guatemaltecos expertos en quemaduras pediátricas, quienes advierten de que el 85 % de quemaduras con juegos de pólvora sucede en casa, a veces durante un simple descuido de segundos. Sin embargo, esos instantes pueden pasar la factura de toda una vida con una discapacidad de locomoción, de la vista o del oído.


También es necesario mencionar que en el último lustro se han producido devastadoras detonaciones y destrucción en talleres artesanales de elaboración de cohetillos, cuyo funcionamiento debe contar con monitoreos constantes de la Coordinadora para la Reducción de Desastres, cuerpos de bomberos e incluso fuerzas de seguridad, para evitar sucesos infaustos. Guatemala es un país de arraigadas tradiciones y las luces de pólvora son un atractivo, así como un motivo de alegría para devotos de la Virgen de Concepción y de Guadalupe, a cuyo ingreso en su templo suelen quemarse los famosos toritos, lo cual incluye una temeraria danza entre los asistentes. Pero no está de más que las autoridades civiles y religiosas subrayen la importancia de la prudencia en todas estas actividades, una precaución que resulta especialmente importante para proteger a los niños.

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