EDITORIAL
Efímeros e inmortales
En 1998, los barriletes gigantes y todas sus actividades conexas fueron declarados patrimonio cultural de la Nación.
Existe una famosa frase del filósofo griego Heráclito: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”, la cual evoca que la vida personal y social están en constante cambio. Parafraseando tal decir, podemos extrapolar, respecto de la icónica tradición de los barriletes gigantes de los pueblos de Santiago Sacatepéquez y Sumpango, Sacatepéquez, que no se ven dos veces los mismos barriletes en este mismo ritual de cada año; primero, porque cada grupo participante tiene una propuesta original, elaborada con semanas de anticipación, que solo se vuela o se exhibe cada 1 y 2 de noviembre. Vendrá otra inspiración el siguiente año, si Dios lo permite.
La creación de estos colosos de 2 a 18 metros de altura precisa de un trabajo colectivo, efectuado a menudo con nocturnidad en el tiempo libre que dejan las ocupaciones laborales de sus integrantes. Temáticas poéticas, históricas, de la vida cotidiana, reivindicaciones de identidad maya y representaciones nacionalistas se reflejan en deslumbrantes mosaicos de papel, tan maravillosos como frágiles, porque muchos quedan destruidos por el viento o por la lluvia; o se guardan, pero no vuelven a volar.
Esta secuencia de arte efímero tiene ya una profunda trascendencia, lo cual fortalece su razón de ser: la tradición de los barriletes es una simbólica unión de tierra y cielo, de esta existencia y la siguiente, de los vivos con los ancestros. No es un evento comercial ni turístico en sí mismo, sino un ritual sagrado al que todos están invitados. No obstante, esto no excluye el hecho de que constituya un imán de visitantes nacionales y extranjeros a sendas comunidades, con la correspondiente derrama económica por venta de alimentos, artesanías y servicios de transporte, alojamiento, guía y visitas a otros destinos naturales o culturales.
Los conocimientos, proceso de elaboración y las actividades de exposición o vuelo efectuadas cada 1 y 2 de noviembre, que ya empiezan a representarse fuera de las fronteras patrias debido a la migración, constituyen un corpus de expresión multicultural de alto poder simbólico que claramente muestra su origen guatemalteco. Por ello, en 1998, los barriletes gigantes y todas sus actividades conexas fueron declarados patrimonio cultural de la Nación.
A mediados de este año se anunció la postulación de esta expresión ritual y artística para la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, auspiciada por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). En la nómina están el idioma, danza y música garífuna y el baile-drama prehispánico Rabinal Achí (inscritos en el 2008), la danza de la Pa’ach de San Marcos (2008), el idioma, danza y música del pueblo garífuna (2013) y el conjunto de expresiones de la Semana Santa guatemalteca (2022). Cada gestión de ese tipo requiere de un constante acompañamiento, registros fotográficos y en video, documentación histórica y testimonios fundamentados.
Lograr que Guatemala figure nuevamente en esa lista es honroso, pero el no estar tampoco reduce un ápice al valor de esta manifestación que sincretiza elementos. Los barriletes llegaron tras la colonización, pero se fusionaron de una manera deslumbrante con la cosmogonía maya. Ese es su tesoro y su grandeza. La fragilidad de materiales y su retorno transmutado al siguiente año solo añade fuerza a su inmortalidad.