EDITORIAL

De victorias y fracasos

Gracias a los jóvenes de la selección de futbol playa por demostrar que no se pueden esperar resultados distintos si se siguen repitiendo los mismos modelos caducos.

Al famoso estratega corso Napoleón Bonaparte se le atribuye la frase: “La victoria tiene cien padres y la derrota siempre es huérfana”, cuyo significado es obvio y, lamentablemente, frecuente en muchos órdenes de la vida. Tal enunciado viene a la mente al observar la euforia con la cual directivos de la Federación Nacional de Futbol figuran con medallas puestas en fotos y videos de la conferencia con los integrantes de la selección nacional de futbol playa que lograron clasificar al mundial de dicha rama, en Seychelles, en mayo próximo.

Las autoridades federativas, en efecto, tienen que reconocer y estimular el talento de los seleccionados que lograron con su esfuerzo, habilidad, perseverancia, voluntad y sacrificio económico-laboral, conseguir una histórica clasificación que otras categorías llevan décadas sin lograr. Lo que da grima es esa escena de directivos ostentando medallas en un festejo, cuando en otros procesos, fallidos, se escabullen, no quieren responder o se irritan ante los cuestionamientos de prensa y aficionados. La victoria tiene cien padres, la derrota es huérfana.

En este caso, el logro tiene como protagonistas a un equipo talentoso, un director técnico y personal de apoyo. Es un triunfo con aires poéticos, porque algunos de los integrantes han luchado contra precariedades para destacar. Dos ejemplos de tal persistencia son los jugadores Denilson Álvarez y Berny Marroquín, originari1os de Chiquimulilla, Santa Rosa, quienes llevan seis años de trabajar como albañiles, un trabajo digno que no impidó su éxito deportivo. Su diáfana humildad les engrandece y muestra el poder de los sueños, de la amistad y el trabajo en equipo.

Denilson y Berny nunca habían salido del país hasta la eliminatoria decisiva en Bahamas. Abordaban un autobús a las 4 de la madrugada para asistir a los entrenos, sacrificando días de jornal. No tienen un trabajo fijo, pero sí fe imbatible. Estos guatemaltecos lograron un hito sin siquiera ser favoritos. Esto, a su vez, recuerda cómo en el 2000 la selección de futsal logró por primera vez clasificar a un mundial y después lo ha logrado en cinco ocasiones más. Estos alcances evidencian que sí existen diamantes del balompié en aldeas de provincia y ligas de barrio que deben ser puestos a brillar.

Durante demasiado tiempo se ha exigido una estrategia nacional de semilleros de talentos futbolísticos para detectar talentos infantiles y juveniles. Pero esto corre de la mano de las políticas de la liga y clubes, que suelen primar otros intereses por encima del fomento de la calidad del deporte o el engarce de esos diamantes aún sin descubrir. Décadas de fracasos y el súbito triunfo en futplaya confirman la necesidad de cambiar el paradigma. Es tiempo de empezar a dar a los niños y jóvenes guatemaltecos el lugar que se merecen en igualdad de condiciones.

Solo en la medida que existan ligas menores en donde sean vinculantes los logros, talentos y clasificaciones se conseguirá elevar el nivel de juego para llegar a una copa mundial de futbol mayor. Para eso se supone que están las directivas, para propiciar procesos e innovación. Apenas el viernes último, la selección en ruta a la Copa Oro hizo el ridículo ante Guyana, otra prueba de la necesidad de cambio. Gracias a los jóvenes de la selección de futbol playa por demostrar que no se pueden esperar resultados distintos si se siguen repitiendo los mismos modelos caducos.

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