ALEPH
“Dignatarios” de la Nación
La escoba no se detiene en este afán de limpiar la casa. Entidades públicas y privadas han quedado completamente expuestas ante una ciudadanía expectante que no se recupera de un susto para pasar a otro. Se abrió la Caja de Pandora. La última sorpresa que no sorprendió fue el tema de los diputados o exdiputados y las plazas fantasmas en el Congreso.
Muchos de los intocables comenzaron a maquillar su descontento y su miedo con una sonrisa mediática que no convence. Y detrás de ellos los empleados sindicalizados del Congreso pidiendo que no se destape una cacería de brujas (no se han dado cuenta de que, en este caso, sería de fantasmas). Surgieron nombres de actuales y pasados diputados como Luis Rabbé, Alfredo Rabbé, Arístides Crespo, Édgar Cristiani, Carlos Herrera, Luis Mijangos, Juan Alcázar, Christian Boussinot, Pedro Gálvez, Jorge Mario Barrios, Amílcar Castillo, Ana Regina Guzmán, Julio César Villatoro, entre más. Ellos, como tantos otros, se montaron a la vida pública sobre la idea fuerza de que el Estado es un botín.
Varios diputados han mutado dentro del mismo sistema y formaron parte del extinto FRG. Por ello merecerían el calificativo de la Línea 3. Es otro tipo de corrupción el que surge ahora con las plazas fantasmas, pero los 25 millones de quetzales que han dejado de llegar a salud o educación hablan de lo mismo de siempre. Hay una complicidad desde una estructura partidaria que favorece la corrupción y permite el silencio. Luis Rabbé es un claro ejemplo de ello. Se integra a la campaña del FRG desde 1999, y para el año 2001 el Congreso ya había pedido que fuera investigado por corrupción en el Micivi. Vinculado por parentesco político con Ángel González (aquel que cada cuatro años bendice la romería de candidatos que se acercan a Miami a pedirle cacao y tiempo de campaña en la televisión abierta), seguramente creía asegurado su futuro en el ámbito de la política. Y no es el único.
Con sensibles diferencias entre algunos señalados, se perciben tres coincidencias: la visión de un Estado patrimonial, la falta de una verdadera vocación política y de un amor por el país cuya población representan, y la certeza de que entre más roban más listos son. Los mecanismos que muchos de ellos han usado para prostituir el sistema son los mismos: compra de voluntades por medio de otorgamiento de proyectos, obras y, por supuesto, plazas. Pero no se quedaron allí; los mismos mecanismos han servido para ensuciar ministerios, secretarías, y el sistema de Consejos. Muchos de los que ahora son juzgados deben más que lo que ahora los tiene sentados en el banquillo de los acusados.
“Estamos sacudiendo el palo para que caigan todos los mangos podridos”, dijo el actual presidente del Congreso, Mario Taracena. Esto me recuerda que su discurso de toma de posesión como presidente de ese organismo fue especialmente dedicado a quienes trabajan en el Congreso y precisan reconocer su falta de transparencia y representatividad, algo que él ofreció, se vería reflejado en cambios a su Ley Orgánica.
Con lo de las plazas fantasmas vuelven las ganas de urgir una reforma de fondo a la Ley de Servicio Civil, para saber cuánta gente trabaja en el Estado, dónde, para qué y cuánto gana. Pero no únicamente. Hay que voltear los ojos hacia adentro del Congreso, su régimen administrativo, con el fin de contar con reglas claras y gestiones transparentes.
La salida es por el lado de la ética, o no la es. En la Constitución (Art. 61) y en la Ley Orgánica del Congreso (Arts. 53-63-94) se dice que los diputados son dignatarios de la Nación. Eso alude a su calidad de “dignos”. Con pocas excepciones, dígame usted si el papel no lo aguanta todo.
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