ENCRUCIJADA
Derrotas del populismo de derecha
La victoria de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales de Francia constituye la tercera derrota de fuerzas de la derecha populista en Europa en menos de un año. En elecciones en Austria y Holanda hace pocos meses, y ahora en Francia, el populismo de derecha fue vencido. Pareciera que la victoria de los que favorecían la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit), y de Donald Trump en los Estados Unidos, contribuyó a una percepción exagerada acerca de los alcances de un proceso, aparentemente irreversible, de auge populista.
Pero la ola no ha dejado de existir. Su origen no se debe a una mayor capacidad demagógica u organizativa de líderes como Geert Wilders en Holanda o Marianne Le Pen en Francia. No. El origen de este populismo de derecha se encuentra en la crisis económica —y luego política— surgida de una globalización sin freno, impulsada por recetas neoliberales que permitieron una liberalización total del flujo de bienes, servicios, capitales y, en cierta medida, de personas.
Se trata de una globalización que en el caso de los países europeos no logró asegurar que los ingresos y salarios continuaran creciendo como lo habían hecho en el pasado. Condujo a que aumentara la desigualdad y el desempleo, mientras un exiguo 1% de la población se enriquecía dramáticamente. Produjo una crisis que se extendió al ámbito político ante las dificultades que tuvieron los partidos tradicionales para enfrentar la crisis económica y social surgida de esta globalización sin límite.
Creció la popularidad de líderes que, con recetas sencillas, soluciones simplistas, o eslóganes atractivos, fueron ganando terreno en lo que parecía una tendencia imbatible. Echarle la culpa a los migrantes, a los extranjeros, a terroristas y a los acuerdos internacionales ha sido la típica forma de crear chivos expiatorios para no enfrentar con valentía y claridad los problemas reales de estancamiento, desempleo y desigualdad.
El mérito de Macron es haber detenido y revertido esa tendencia política. Lo hizo sin acudir a recetas sencillas y demagógicas sino a explicaciones racionales y no emotivas. No culpó a extranjeros, migrantes o terroristas de los problemas franceses, sino que reconoció la existencia de problemas internos que incluyen a la política laboral y a la fiscal, entre otras. Y rescató los principios básicos que han fundamentado a la república francesa, incluyendo los de libertad, igualdad y fraternidad. Es un paso a favor de la buena política.
Surge la duda acerca de su capacidad para contar con suficiente fuerza política para poder implementar su estrategia. No faltan quienes lo comparan con Obama debido a los obstáculos políticos que enfrentó para implementar sus políticas. No será fácil. El partido que lo llevó a la presidencia es nuevo y sin experiencia. Enfrentará oposición sindical y política, aunque su contundente victoria ya inició un proceso de reconfiguración del sistema político francés, con un fuerte debilitamiento de los partidos tradicionales, como los republicanos y socialistas.
Bien harían algunos de los personajes locales que tanto insisten en apoyar a “la república” en recordar que además de la libertad y el estado de Derecho los principios republicanos también incluyen la igualdad y la fraternidad y no sólo el individualismo que tanto pregonan. Y bien harían las fuerzas democráticas guatemaltecas, progresistas y conservadoras, en evitar que el vacío político que existe en Guatemala, reflejado en un Congreso inoperante y en partidos en vías de extinción, fuera ocupado por extremistas con pretensiones populistas. No es un tema de negociaciones entre élites. Corresponde crear nuevos partidos democráticos, con principios claros y sin demagogia.
fuentesknight@yahoo.com