LA ERA DEL FAUNO
Del pesebre a la muerte, pasando por la frontera
Estamos en la recta final hacia Navidad. Jesús es una niña de siete años. La mata la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos. La mata el gobierno de Guatemala. La mata el poder. No es que la patrulla la haya matado a patadas, como gustan de hacerlo quienes practican esa rara combinación de cristiandad violenta, poder y alabanza publicitada: la matan dejándola morir en medio de los peores dolores que han de ocasionar la deshidratación, la insolación, la sed y el hambre.
Jesucristo es una niña guatemalteca de siete años que convulsiona. Había entrado a Nuevo México con su padre. Ya habían dejado atrás el pueblo más pobre del mundo. (Cualquier pueblo guatemalteco es el más pobre del mundo). Ya habían abandonado el pesebre donde no llegan el agua, la luz, la educación ni la salud, solo llegan cada cuatro años los partidos políticos a decir que pavimentarán aquel lodazal, que los malnutridos comerán gratis en un comedor estatal y que de allí en adelante todos serán muy felices.
Ya habían dejado atrás la cuna donde se pasa de la sequía a las inundaciones sin medidas de prevención, solo con muchas promesas y altruismo bien posado para las cámaras en la desgracia. La familia migrante había dejado atrás las maras, los políticos, los empresarios compradores de gobiernos, toda esa gente que celebra el nacimiento del que matan. Habían cruzado ya el desierto de Nuevo México; dejado la prometedora Guatemala donde pronto se construirá una Guatelinda y donde se mezclan la devoción por el Cristo migrante con su tortura prematura camino del Gólgota. Cuetes que son balas. Incienso, mirra y oro que son tierra para comerla, polvo para respirar y lodo para beberlo. Una corona de espinas los rayos del sol bajo el cielo de Nuevo México. Oficia el crimen lo más granado de tres países: Guatemala, México, Estados Unidos, un solo infierno verdadero.
Jakelin Caal Maquin era una de las 163 migrantes que se habían entregado a la Patrulla Fronteriza estadounidense, en el sur de la ciudad de Lordsburg, la noche del 6 de diciembre ¿Qué se sentirá ser una niña, tener siete años y morir así, entre vómitos, dolores de cabeza, diarreas frecuentes y el mareo despiadado que ha de causar la insolación extrema?
Además, podemos preguntarnos, ya no por condescendencia sino por curiosidad de laboratorio, hurgando con un palillo y usando mascarilla: ¿Qué se sentirá ser presidente de este país, la canciller de este país, parlamentario, gente que gusta de los jamones, buenos tragos, condecoraciones, hoteles cinco estrellas, de jugar al golf con el embajador de Estados Unidos? ¿Cómo será tener, por un lado, el poder de cerrar las calles y avenidas con solo tronar los dedos a la guardia presidencial, y por el otro, vivir arrodillado, con la cerviz doblada y los ojos aterrados mirando el beneplácito de sus protectores? ¿Qué se sentirá ser una comitiva presidencial liderada por una canciller incapaz de hacer su trabajo, un presidente mentiroso y una corte de aduladores?
¿Qué se sentirá, finalmente, ser esa gente que dice: “para qué se van”, “qué padres tan irresponsables”, “no pueden culpar a la patrulla”, “es como si se metiera gente a tu casa…”? ¿Qué se sentirá ser incapaz de comprender que la protección de Estados Unidos a políticos de Centroamérica y su patrocinio de guerras “anticomunistas” vuelven más pobres a los más pobres que encuentran como única salida huir del país porque cualquier suerte es mejor que permanecer hundidos en la miseria local? ¿Y qué hay de esos otros migrantes que también huyeron de Herodes y ahora odian a los migrantes recién llegados?
@juanlemus