CABLE A TIERRA
Cuando los amigos se van
Estoy entrando en esa época de la vida donde comienzo a saber tanto de amigos que se adelantan en el viaje a la muerte, como de otros que están dando a su vida un segundo o tercer aire, sea por un nuevo matrimonio o porque están comenzando a ser abuelos. Si bien no hay certidumbre más grande que el hecho de que inevitablemente todos moriremos, no hay manera de evitar ese dolor que acompaña la noticia de que un amigo se nos va, especialmente, si la partida ocurre en una etapa todavía temprana de la vida.
Hoy, estaría cumpliendo años mi amiga Olga, a quien ese momento le llegó hace dos años, de manera inesperada y en extremo prematura. Un despiadado e incontrolable ataque de asma que no logró ser atendido a tiempo acabó con su vida cuando no había ni completado su cuarta década. Aún me cuesta pensar que ya no está entre nosotros, con su sonrisa y mirada franca; su amistad incondicional, siempre dispuesta a dar una mano a los demás.
Lo que sentí y viví hace dos años, se me repitió hace unos días, cuando murió Juan Ramón Ruiz, politólogo, político e incansable luchador por una Guatemala más justa e incluyente. Juan Ramón, el Pelón, como era conocido desde que me recuerdo de él en el colegio, siempre fue brillante. Desde muy niño destacaba por sus altas notas, al punto de que un año fue el mejor promedio de todo el colegio. ¡El niño cien! Cuando pienso en él me acuerdo de esa frase y, sobre todo, de su perenne sonrisa. Siendo un hombre que tuvo la posibilidad de educarse en los mejores lugares del mundo, de hacer su vida en un entorno que sería envidiado por muchos, decidió volver y buscar cómo contribuir a construir una Guatemala más justa e incluyente. La vida nos reencontró años después, compartiendo la misma esperanza. Desde entonces, nos encontramos aquí y allá, pero esa sonrisa amplia y sincera siempre permaneció. A su esposa e hijos, mis más sinceras condolencias por su temprana partida.
Escribiendo estoy esta columna cuando me contacta una amiga para asegurarse que ya me había enterado de que acababa de fallecer la distinguida licenciada Beatriz Sandoval, quien fuera directora de asuntos jurídicos de la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplán) durante el período en que yo estuve a cargo. En Beatriz deposité la enorme responsabilidad de que ella y su equipo jurídico se aseguraran que en la Segeplán todo se hacía en ley. Mujer sencilla, nunca dada a altisonancias a pesar de su enorme conocimiento y experiencia como abogada de administración pública; con Beatriz enfrentamos desafíos muy fuertes. De ella, lo que más recuerdo es que nunca la vi perder la calma. Su serenidad, honestidad y sangre fría para analizar los problemas jurídicos con los que lidia una secretaría de Estado y buscar siempre una solución correcta y respetuosa del marco legal fue uno de los componentes críticos de los resultados que pudimos alcanzar durante mi administración. Me alegro tanto de haberle agradecido en vida por su magnífica labor y por honrarme con su aprecio todos estos años.
Supe cuando se enfermó hace un tiempo y cómo luchó y se sobrepuso. Regresó a la administración pública donde sirvió unos años más, hasta ahora. Otra muerte más de una mujer joven, en su plenitud y todavía con mucho que aportar al país.
Hoy lloro la muerte de Beatriz y también la de Juan Ramón; dos personas que dedicaron su vida entera a servir a su país. Recuerdo a mi amiga Olga y pienso en sus hijos, en su mamá. Les abrazo a todos a la distancia y me despido de sus almas con este barrilete de palabras. Sé que volará alto en este día ventoso y frío de diciembre y les alcanzará.
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