PRESTO NON TROPPO
Condenados a migración perpetua
No es la primera vez que en este espacio nos ocupamos de la migración humana. Acaso quisiéramos que fuera la última. La última, en la medida en que ese fenómeno se repite, una y otra vez, como si se tratara de una incurable enfermedad de nuestra especie. No hablamos de la migración de individuos que viajan por el mundo y libremente deciden radicar en una tierra que no es la de su origen, quizá muy distante y muy distinta, porque así lo desean. Es ese desafortunado desplazamiento geográfico provocado por la miseria y la falta de las condiciones dignas que toda persona merece, sin perjuicio del lugar en que haya nacido. Es la emigración. Es el forzado abandono del hogar, de la comunidad, de la nación.
La fatalidad de emigrar siempre ha acompañado a quienes, por el hecho de haber visto la luz en casi cualquier parte de América Latina, buscan mejores posibilidades de desarrollo cuando resuelven dedicar su vida de la mejor manera a los empeños humanos más altos, en las artes, en la cultura y en la ciencia. En ese sentido, la emigración no les es para nada ajena a los artistas, en general, y a los músicos, en particular. Desde las opciones de educación más elementales hasta el acceso a la tecnología más avanzada, cualquiera que vaya en pos de oportunidades para una formación completa y continua, una proyección de su trabajo y un reconocimiento material apropiado, tendrá que dirigir su mirada y sus pasos hacia otro lado. Por lo mismo, también tendrá que contemplar la probabilidad de que no haya regreso. La perspectiva de asimilar lo mucho que se pueda recibir de un país extraño para luego retornar y devolvérselo al propio que le ha brindado tan poco… eso es un ideal tan fácil de predicar como es fácil perderlo, más por decepción que por desprecio. Ciertamente existen, pero son contados los artistas que, habiendo alcanzado horizontes muchos más amplios en el extranjero, renuncien a aquello en favor de una posición local inferior y precaria – a menos que la eminencia que se les atribuyó en un momento dado, no haya sido realmente de la categoría que presumieron.
No obstante, lo que realmente hiere el alma de una gente es la migración que no está afincada en el afán de superar el apocamiento de una sociedad sin mayores luces para las grandes empresas culturales de la humanidad. Lo que realmente golpea es esa clase de migración que siempre ha caído como condena sobre pueblos enteros, llevados a tales extremos que se quedan sin un pasado que conservar, sin un futuro que construir, sin algo de qué enorgullecerse, sin el interés de nadie ni presupuesto para nada. Es tan poco el respeto que inspiran a quienes los miran con altanería o con repulsión que, llegadas las terribles circunstancias de tenerse que exiliar a la fuerza en busca de mejores medios de vida, incluso se les tacha de haraganes, ineptos, desestabilizadores, conflictivos, desprovistos de todo mérito.
Esta situación no es coyuntura ni es moda; es un drama constante que vienen viviendo muchos de nuestros coterráneos y nuestros vecinos hace largo tiempo, calumniados y ultrajados por los mismos que han provocado y siguen provocando sus desgracias y sus tragedias. Debido a ello es que es necesario alzar la voz para que, cuando menos, empecemos por no menospreciar a los migrantes ni a la causa que impulsan. No se confunda pues, ninguno, ninguna, pensando que –tal como sucede en muchos otros casos– no es tarea ni función importante del arte y de los artistas señalar y visibilizar éstas y otras tantas aberraciones del ser humano contra el ser humano.
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