CONCIENCIAEjemplos de vida
¡Qué gratificante es conocer gente que provoca cambios! En un viaje reciente tuve la oportunidad de conversar con tres personas que han optado por una forma de vida de entrega al prójimo, aunque ello signifique abandonar la familia, aprender un nuevo idioma, conocer nuevas costumbres y adaptarse a lugares donde el fanatismo y el extremismo religioso pueden ser factibles.
Una de ellas es un obispo guatemalteco, a quien la edad lo obligó a jubilarse, pero que se resistió a vivir una vida sin compromisos. A sus setenta y cinco años se le presentó la oportunidad de viajar a Guinea Ecuatorial, en el continente africano, para continuar la labor a la que se entregó hace bastantes años. Las otras dos personas fueron dos Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, una guatemalteca y una hondureña, jóvenes las dos, que han dicho sí a la vida misionera y ahora se preparan ambas para viajar a Ruanda.
Todos han vivido de cerca la pobreza y el sufrimiento, pero también la experiencia gratificante de dar antes de recibir. Conocen los peligros a los que pueden enfrentarse, pero prefieren una vida activa, que signifique cambios de calidad para otras personas más necesitadas.
Reconocen que en su país de origen también se necesitan personas que se entreguen al servicio de los más pobres, así como existe este tipo de necesidad en otros países. Se dice que la caridad empieza por casa. Yo creo que la caridad empieza en el corazón de cada uno. Los tres han optado por seguir el llamado al servicio, no importa en dónde esté el lugar en el que se les requiera.
Conversar unos minutos con estas tres personas me sirvió para reflexionar sobre varias cosas. Una de ellas es reconocer la valentía que ellos han tenido para dedicar su vida a servir.
Y no sólo la valentía, sino también la alegría por el servicio. En ningún momento durante las respectivas conversaciones hubo tristeza, dudas o miedo respecto al futuro que les espera, aun cuando no saben cuándo volverán a ver a sus familiares ni si volverán algún día a visitar su propio país.
Al contrario. La alegría contagiosa con que comentan sus futuros viajes, con grandes expectativas, que se refleja en sus ojos, en su sonrisa, en su forma de hablar, me hacen pensar en lo mucho que podemos estarnos perdiendo.
También me sirvió para reflexionar sobre los peligros que pueda implicar una vida cómoda y sin compromisos, esperando que alguien más quiera realizar la dura tarea de auxiliar al más desvalido y de servir al más pobre.
Me preguntó alguien cuando murió la Hermana Teresa de Calcuta: ?¿Y ahora quién seguirá con la obra??.
La respuesta era sencilla: nosotros. No podemos pretender que las cosas cambien para bien, si no nos involucramos activamente en el proceso de cambio. No podemos continuar quejándonos de los problemas sociales que padecemos, si esperamos que sean otros los que se encarguen de ellos.
El servicio hacia los demás no es exclusivo de religiosos o de personas extraordinarias. Puede ser una tarea de todos, una forma de vida. Para ello no se necesita mucho más que el verdadero compromiso de servir y ser suficientemente sensibles para reconocer las necesidades de nuestro prójimo: un familiar, un vecino, un amigo.
En estos momento en que Guatemala necesita rescatar los verdaderos valores, conocer a estas tres personas me hacen pensar que no todo se ha perdido; que siempre hay alguien dispuesto a ser agente de cambio, aunque ello represente sacrificios. Y sobre todo, que servir puede ser la experiencia más alegre que un ser humano pueda experimentar.