Civitas
You’re fired
La nominación de Harris, en lugar de proyectar un liderazgo firme y sólido, se vio como una salvación desesperada para el partido.
En mi casa la política ha sido como un miembro más de la familia. Día tras día algún comentario o reflexión sobre Guatemala o el mundo se cuela en la mesa. Y este martes, en plena noche de elecciones, no fue diferente. La televisión del cuarto y la cocina se convirtieron en el punto de encuentro familiar, todos reunidos para presenciar lo que sucedía en la pantalla, atentos a cada actualización y a cada detalle. No faltó, por supuesto, la inevitable discusión sobre quién sería el ganador y con cuántos votos electorales obtendría la victoria. Cada uno tenía su predicción y, aunque nuestras apuestas variaban considerablemente, en algo sí estábamos de acuerdo, y era que Trump regresaría a la Casa Blanca.
Aunque existen innumerables análisis sobre lo que llevó a Trump a la victoria, y seguramente el querido lector de estas columnas ya habrá leído varios, me gustaría poder compartir algunos puntos de lo que creo lo condujo a esos resultados, aunque aún no sean oficiales. Todo inicia en septiembre de 2021, cuando las encuestas empezaron a mostrar una creciente desaprobación hacia la administración de Biden. Las opiniones que llevaron a esta desaprobación son variadas, pero la gestión de la pandemia, la caótica retirada de las tropas de Afganistán y la crisis migratoria se convirtieron en símbolos del descontento. Sin embargo, hay un cuarto factor que eclipsó a los anteriores: la economía y todo lo relacionado con ella. A medida que el 2022 avanzaba, las encuestas revelaban una preocupación constante en los hogares estadounidenses. ¿Cuál es el problema más importante al que se enfrenta Estados Unidos actualmente? preguntaban los sondeos de manera recurrente. Y, de forma invariable, las primeras respuestas siempre fueron las mismas: economía, inflación, desempleo y puestos de trabajo.
En ese imaginario ciudadano el mensaje era claro: había llegado el momento de decirles a los demócratas you’re fired.
Si a esta baja aprobación le sumamos el evidente deterioro en la salud de Biden y la apresurada decisión de los demócratas de posicionar a Harris —una figura prácticamente ausente hasta el momento de su nominación— como su candidata, ante la falta de otros liderazgos dentro del partido, era claro que el camino para los demócratas no sería fácil. Por lo tanto, lo que en un inicio parecía ser una jugada estratégica para reconectar con su electorado y conseguir más apoyo, terminó siendo cualquier cosa, menos beneficioso para ella. Especialmente cuando su nominación, en lugar de proyectar un liderazgo firme y sólido, se vio como una salvación desesperada para el partido.
Además de la complicada situación que Harris heredó, su propio historial político se convirtió en uno de sus mayores enemigos. De repente se encontraba ante una decisión difícil: debía elegir entre mantenerse fiel a sus posturas anteriores, aunque fueran más radicales, o virar hacia el centro en busca de un terreno más seguro. Sin embargo, los cambios en sus posturas sobre temas concretos —como el fracking, la seguridad fronteriza, la atención sanitaria, la desfinanciación de la policía y la compra de armas— se percibieron como intentos desesperados por atraer a un electorado moderado. Estos giros, en lugar de fortalecerla, dejaron una marca negativa en su imagen.
Harris terminó atrapada en un pasado que la perseguía, decisiones recientes que despertaban desconfianza y la sombra de una administración debilitada que terminó de opacarla por completo. La frustración acumulada con el gobierno de Biden y, por ende, con lo que Harris representaba fue cobrando fuerza en el sentir ciudadano hasta terminar en los resultados que vimos el martes. En ese imaginario ciudadano el mensaje era claro: había llegado el momento de decirles a los demócratas you’re fired.