Rincón de Petul
Vonós a ver el tsunami
Se asume que la gente es temerosa de circunstancias en la vida que debieran inducir a temor.
Tengo la impresión muy personal de que en la nueva Guatemala del Norte, la que se prepara a la coronación del zar antimigrante, la vida sigue confiadamente, sin el miedo que desde afuera uno imagina podría o debería de sentirse. De nadie es secreto que las amplias poblaciones guatemaltecas carecen, en su enorme mayoría, de permisos de residencia legal. Por ello, uno imaginaría un clima de terror a falta de un mes para que inicie el régimen hambriento de impactos —prontos y sonoros— para revertir el clima que provocó el crecimiento de esa inmigración indocumentada. La promesa principal: la más grande campaña de deportaciones masivas de la historia del país. Las organizaciones comunitarias de protección humana sí hacen evidencia de que hay un gran temor creciente en el ambiente. Yo, a pesar de que lo busco en entrevistas con la pura gente afectada, no lo encuentro. La hipótesis que aquí planteo es que los deportables están aún confiados de una ley que hasta aquí les ha beneficiado.
Se asume que la gente es temerosa de circunstancias en la vida que debieran inducir a temor.
Estados Unidos, en su conjunto de territorios, demócratas y republicanos, todos, por décadas, abierta o soslayadamente, permitieron al extranjero llegar, establecerse, aportar y hacer cumplir sus propios proyectos en la “tierra del sueño americano”. Por ello, una ley tácita se instaló entre quien vive allá sin papeles: “Si no haces daño, nada te pasará. Si no violas la ley, no te echarán”. Pero ese precisamente es el paradigma que Trump ha ofrecido derribar. Él está prometiendo mandar por un tubo esa ley tácita anterior. Claramente, lo dijo en campaña. Y claramente, lo está diciendo con el nombramiento de sus gabinetes. Aún así, la gente se muestra confiada, y no les veo anticiparse con las precauciones esperadas. Esta semana, alguien en la Georgia rural me dijo lo mismo que otros: “Aquí la gente —migrantes hispanos— está contenta de que ya viene Trump; dicen que el negocio va a crecer”.
Esta situación suma a las crecientes preguntas sobre el qué realmente pasará en los años por venir. ¿Llevan razón los vulnerables de estar confiados, o debieran prepararse más frente a las claras advertencias? Y digo prepararse más, pues ante la promesa de las deportaciones masivas, estoy convencido de que sí hay acciones posibles para dos fines importantes: Uno, reducir el riesgo de ser capturado; y dos, estar lo mejor preparado para que si se da la eventual deportación, las vidas, personal y familiar, tengan los menores impactos negativos posibles. Las notas en los medios y el mundo exterior, el que no está directamente involucrado, dan por sentado que “los migrantes” se están preparando. Una expresión de esto son las declaraciones que anticipan un crecimiento anormal de las remesas este fin de año. “Las personas, por temor de ser deportados, mandarán más ahorros al país de origen”, dicen.
Razones para prevenir en este peligroso ambiente abundan. Pero asegurar que los migrantes lo harán, es presumir rasgos de su personalidad; que temen a las circunstancias de la vida que inducen a temor. Que son prudentes, cuando sus historias los llevaron precisamente a lo contrario. Solo pensar: ¿Acaso no es la temerosidad lo que lleva a un individuo a arriesgarlo todo para establecer su vida en un lugar prohibido? Nuestros pueblos no son los más planificados. Así, donde otros dicen: “prepárese”, aquí decimos “¡soque!”. Y en la calle, quien sobresale es el que “se pone vivo”. En la carretera ayudantes practican surf sobre camionetas en movimiento. Y tampoco en las playas la prudencia es la que siempre reina. ¿Recuerdan cuando vino una alerta de tsunami? Hubo quienes viajaron a ver el evento en vivo y a todo color. ¿Debiera prevenirse en el advenimiento de Trump? Sin duda. La pregunta es si lo harán. O si sus largas vidas les han dado insumos para sobrevivir haciendo precisamente lo contrario.