META HUMANOS

Volver al origen: reconectar con el agua

Crecí en una montaña con un bosque como patio trasero; descalza, jugando con tierra e insectos, mojándome con la lluvia, haciendo fogatas y acampando en el jardín.

' Debemos aprender nuevas formas de coexistir para preservar el entorno que nos da vida.

Teva Peña

Tiempo después, mi entorno cambió. Por razones de estudio me mudé a la ciudad de Guatemala —una transición retadora—, en donde fui testigo de su expansión acelerada y la cultura de “corre-corre” que, sin notarlo, nos envuelve a todos.

Pasé de un entorno verde a uno gris, en donde se vive cada vez más encerrado entre paredes, oficinas, centros comerciales, autos y ruido. Un espacio en donde la mente, acelerada, se vuelve adicta a pantallas, dispositivos móviles y tecnológicos, a quienes les regalamos más de la mitad de nuestras horas despiertos. Pasé de un ambiente de libertad y confianza a uno desconectado de su entorno vital.

Entre la desconexión y la prisa, pasamos por alto que, para construir la jungla de cemento, talamos demasiados árboles y sustituimos áreas verdes por tortas de concreto. Sin darnos cuenta desaparecimos cuerpos de agua y dejamos a los restantes contaminados. Ignoramos que nuestros hábitos de vida y consumo generan la contaminación de suelos y ríos, afectando no solamente nuestro territorio, sino el de nuestros vecinos (Guatemala está siendo demandada por Honduras por el daño ambiental al río Motagua).

Al igual que muchos, yo no era del todo consciente de esta realidad. Fue hasta que hice mis prácticas profesionales como arquitecta, en San Juan La Laguna, Sololá, que mi conciencia volvió a despertar. Lo que pensé sería el final de una etapa, fue el inicio de un cambio radical de vida. La burbuja en la que viví por tantos años explotó, reencontrándome con el entorno natural, dejando atrás prejuicios, comodidades y creencias limitantes. Volví a estar descalza, a disfrutar del sol y del bosque y a sentirme una con la tierra y el agua.

Trabajar en el Lago de Atitlán, uno de los cuerpos de agua más valiosos del país —que también está siendo severamente contaminado—, me ha hecho despertar y vivir en un estado más consciente. Me ha mostrado la relación intrínseca que tenemos con el agua, la megabiodiversidad de nuestro territorio y el tesoro cultural de sus comunidades, cuyas cosmovisiones comparten el respeto y enaltecimiento de la Pachamama.

Al reconectar con mi origen he aprendido que la protección del entorno vital, los recursos naturales y servicios ecosistémicos —cada vez más limitados— está directamente ligada a la relación que tengamos con la naturaleza. ¿Cómo, entonces, podemos sanar esa relación y reconectarnos?

Cada quien tiene la responsabilidad de encontrar su propia respuesta, pues el cambio colectivo se gesta en lo individual. Yo encontré mi respuesta al vivir en un sitio vulnerable, que me ha mostrado el impacto —bueno o malo— que tienen nuestros hábitos de consumo, de transporte y de manejo de los desechos que generamos. Sin embargo, saberlo no basta, debemos aprender nuevas formas de coexistir para preservar el entorno que nos da vida.

En mi caminar he llegado a comprender que la naturaleza es nuestro origen y destino. Al final, no se trata de vivir en ella, sino con ella. Siendo conscientes de que, si bien nuestro efímero caminar por este planeta dejará su huella, al final de los tiempos la naturaleza se regenerará con o sin nosotros. Los humanos, en cambio, como lo menciona Vanessa Nakate (activista ambiental ugandesa), corremos el riesgo de ser “incapaces de adaptarnos a nuestra propia extinción”, la cual está siendo causada por nosotros mismos.

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