Meta humanos
Una niñez sin bicicleta
El progreso no debería ser sinónimo de vehículos, autopistas, humo y esmog.
Moverse a pie o en bicicleta en la ciudad de Guatemala es un desafío, pues recorrer uno o varios kilómetros se vuelve complejo en un lugar donde las ciclovías y las banquetas no han sido prioridad. Además, pareciera que hemos olvidado la importancia de un espacio público digno y de calidad, donde niños y niñas puedan aprender a pedalear como un derecho, y donde el ocio y la recreación al aire libre sean la norma. Nos hemos desbordado de formas de entretenimiento mayormente pasivas —televisión, teléfono, tableta, entre otras— y hemos dado la espalda a las actividades al aire libre, pues implican arriesgarse en una sociedad donde las calles, parques, plazas y banquetas no tienen valor preeminente.
El derecho a la movilidad es, en términos apropiados, un derecho constitucional. Sin embargo, en los últimos años ha prevalecido el derecho individual sobre el colectivo, como si el uso del vehículo particular fuese la única forma de desplazarse.
El progreso no debería ser sinónimo de vehículos, autopistas, humo y esmog. Debe ser un proyecto urbano que coloque a las personas en el centro de la planificación de la ciudad. Las bicicletas, entonces, deben y tienen que apropiarse de estos espacios, tal como ocurre en el programa Pasos y Pedales, que una vez a la semana transforma la capital en el escenario adecuado para un futuro más sostenible. Aunque este sea el único proyecto de este tipo en toda la ciudad, deberíamos multiplicar estos esfuerzos con otros proyectos que promuevan sostenibilidad y bienestar.
Recorrer las calles a pie o en bicicleta no es un lujo. El tiempo y las circunstancias nos han demostrado que es una necesidad y que todos los sectores de la sociedad deben acceder a los beneficios de la movilidad activa. Durante la pandemia, por ejemplo, muchas personas optaron por la bicicleta para evitar las aglomeraciones; y no hace mucho, en medio de las manifestaciones en defensa de la democracia, cientos de ciudadanos usaron el Periférico como una larga y extendida ciclovía.
En los últimos años ha prevalecido el derecho individual sobre el colectivo, como si el uso del vehículo particular fuese la única forma de desplazarse.
Para alguien que no tuvo las condiciones de acceder a la calle como parte de su desarrollo —como quien escribe este artículo—, es fácil expresar lo urgente que es hacer de esto una prioridad de Estado. Deberíamos articular un gran proyecto urbano donde la sociedad civil, el Gobierno y la iniciativa privada se motiven a repensar las formas en que nos movemos, en que quisiéramos movernos y como deberíamos hacerlo. El futuro de las calles es claro cuando personas como yo hemos decidido caernos varias veces para aprender lo que significa la libertad de conocer nuestra ciudad en bicicleta. Ha sido una experiencia motivadora que me ha permitido superar temores e inseguridades y que ahora se ha convertido en una nueva forma de repensar el espacio público.
Hoy reconozco la importancia de las Calles Completas, y espero que la iniciativa, tanto privada como pública, llegue a comprender que es momento de que Guatemala evolucione desde esta idea simple que mejorará la calidad de vida para todos. Ese niño que quizás aún no ha aprendido a pedalear, y que bien podría ser cualquiera de los lectores, puede ser también un adulto que decida vencer sus miedos y subirse a un velocípedo que le permita sentir la pertenencia en esta ciudad, que solo necesita voluntad para transformarse en el lugar que realmente merecemos.
Un niño sin espacio público es un niño que no sabe manejar bicicleta. Pero un adulto consciente de ello es un activista que anhela aceras, parques y plazas para la felicidad plena.