RINCÓN DE PETUL
Un temblor a la conciencia
Trrrrr. ¡Pum… Pum… Pum! Un pequeño silencio entre el paso de los tambores y ese momento cuando entra la sección de vientos de la banda procesional. Tiembla la tierra debajo, cuando en sonoro acorde responde el resto de los músicos. ¡Qué marcha para lograr tan armonioso retumbe! En serio, logramos que, debajo, la tierra se mueva, y el espíritu tradicional de este pueblo se eleva a más no poder. Todos, vestidos de púrpura. O todas, de blanco vestido. Todos vestidos de negro, en ese espacio dedicado, de la solemne procesión. La tierra tiembla debajo en Guatemala. La tierra tiembla, debajo en Guatemala. En la capital, en la Antigua, y ahora, en muchas ciudades devotas, la tierra nos tiembla debajo en Guatemala. Con planificada intención en los cortejos que son esmerados, que logran un arte singular, una belleza colectiva, un motivo de real orgullo nacional.
' ¿Cuándo será el próximo y cómo se previene la tragedia?
Pedro Pablo Solares
Prrrrr. ¡Pum… Pum… Pum! Un corto silencio entre el estruendo de la urbe, y empiezan, en pánico, los gritos de la gente. Niños berrean; las madres sollozan. La tierra traicionera nos trae a ruinas otra vez. Cada uno que sobrevive logra rápida cognición de lo que ha sucedido. Esto fue serio, fatal. Los que corren con mejor suerte recogen los muebles en sus recintos. Pero la luz ya no está. El agua no corre. Se intenta llamar telefónicamente a ese querido, pero tampoco sirve la red celular. Luego viene la verdadera pena. Entre el enredo de los ruidos, un radio de baterías murmura los primeros reportes. Se ha derrumbado el edificio de tal. Hay gente atrapada entre ruinas, entre la quinta y la sexta. Una lúgubre ciudad de hierros y polvo. Toneladas de polvo. Como en el 76. Como en el 17 y el 18. Que nos tiemble la tierra no es ya nada que nos deba venir como nuevo. Pero así pareciera. Construcciones hechizas que abundan sugieren que la cosa nos pillará como descuidados sorprendidos.
Traigo una congoja hace días. Tiene que ver con temblores, edificios, escombros y la gente. Dos ejemplos me dan intranquilidad. Visito el área grande del mercado de La Terminal, donde todo es dinamismo. Sí, paso lento podrá llevar el estiloso cucurucho, pero la gente que carga bultos por los callejones del mercado anda su penitencia a paso picado. La misma prisa de los merchantes lleva también el crecimiento de los edificios ahí, hacia arriba. Tres, cinco, hasta siete pisos de torres, muchas torcidas, algunas enclenques, que gritan cuestionamientos: ¿Cuántos viven en esos arriesgados lugares? ¿Quién autorizó esos empíricos mamotretos que desde ya se miran torcidos? ¿Aguantarán un reventón, cuando este llegue? Y ¿cómo puede la vida pasar sin que se tome carta alguna en el asunto? Otro caso es el de algunas casas construidas con dinero de remesas. Abundan masas de varios pisos, con notorios cuestionamientos sobre la pericia con que fueron construidos.
El otro día leí una columna escrita por Michelle Yeoh, actriz y también embajadora de buena voluntad, advirtiendo sobre la devastación de los sismos. Ella vivió el de Nepal (2015), pero se refiere al de Siria y Turquía, que recientemente aniquiló a 60 mil humanos. Yeoh dice algo que aplica a Guatemala, al mencionar que los sismos impactan mayor e irreparablemente a quienes ya tienen muy poco. Como en Siria, nuestra población mayoritaria vive en pobreza. Los terremotos, dice, sacan a luz las profundas desigualdades que ya existían. Llama a prevenir lo prevenible; sumo yo: en este país donde un sismo no es sorpresa. La tierra se mueve. Algunos temblores, como en la procesión, emotivamente provocados. Otros, indeseados e imprevisibles. La gente habita lugares que se ven inadecuados. Trrrrr. ¡Pum… Pum… Pum! ¿Cuándo será el próximo y cómo se previene la tragedia?