LA BUENA NOTICIA
Un obispo entre los grandes del continente
Julio Cabrera Ovalle pronto entregará la Diócesis de Jalapa, saliendo por la puerta grande, después de 18 años de fecundo ministerio episcopal. Fue una luz puesta en lo alto para alumbrar a todos en la casa (Cf. Mt 5, 15) y brilló más allá de las fronteras diocesanas. El teólogo español Jesús Espeja lo inscribe entre los Padres de América Latina: “Helder Cámara, Leónidas Proaño, Oscar A. Romero, Samuel Ruiz, Méndez Arceo, Paulo Arns, Tomás Balduino, Raúl Vera”.
' Fue voz profética en el Quiché e impulsor de un nuevo ardor misionero en Jalapa.
Víctor Manuel Ruano
Estos hombres de Dios con gran sensibilidad humana y pasión por sus pueblos “han sido testigos fieles en comunidades donde mujeres y hombres, incluso jugándose la propia vida, han seguido a Jesucristo sirviendo a todos desde los pobres y eligiendo como camino la pobreza evangélica o libertad ante las idolatrías o falsos mesianismos que siembran injusticia y muerte”, destaca el teólogo dominico.
Julio Cabrera brilló en la CEG, aunque nunca la presidió, pero incidió significativamente en ella, dándole peso específico desde que llegó, enviado por Juan Pablo II (1987). Incidió en la Iglesia latinoamericana y no pasó desapercibido ante las diversas instancias de la Curia Vaticana, especialmente aquellas que veían con sospecha el despertar liberador de la Iglesia Latinoamericana en su teología y pastoral. Goza de gran admiración en sectores influyentes de la Iglesia alemana e italiana. Todo ello sin arrogancia alguna, sino con el deseo de servir con amor de pastor, como lo hizo en el Seminario de la Asunción, en las diócesis de Quiché y Jalapa.
En instancias eclesiales de avanzada en lo teológico pastoral, de alto nivel o de base, su figura era notoria, desde los años que presidió la Organización de Seminarios Latinoamericanos (Oslam), pero sobre todo desde que acompañó al valiente pueblo de Quiché, sometido a una brutal estrategia de tierra arrasada y de masacres modélicas jamás vistas en el Continente durante las dictaduras militares y la intromisión de la guerrilla, que hicieron de aquel departamento un gran cementerio de dolor y muerte, pero que él sacó de la mazmorra a la luz, no sin riesgos como cuando asesinaron a Julio Quevedo y a Myrna Mack.
Fue la voz profética de este pueblo humillado y oprimido como el “Siervo de Yahvé”, para que su grito, que era ahogado por la represión del Estado, se escuchara en el Continente y en Europa, provocando un hermoso movimiento de solidaridad y admiración en favor de la “diócesis más mártir de América” (Pedro Casaldáliga).
En el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) desempeñó un rol importante en la animación de la formación y vida presbiteral, en la pastoral vocacional, dio empuje a la Teología India y acompañamiento pastoral a los pueblos originarios, alentó la vida misionera de la Iglesia en A. L. Su tarea fue valiosa en el proceso de preparación, celebración e implementación de Aparecida. Integró la comisión redactora del Documento Conclusivo, presidida por el cardenal Jorge Mario Bergoglio.
Julio Cabrera brilló con la luz del Evangelio en el occidente del país, consolando al pueblo quichelense por 15 años y, en el oriente guatemalteco, por su nuevo ardor misionero al estilo de Pablo, impulsando la evangelización desde Jalapa y siendo pionero de las “Santas Misiones Populares para una misión permanente”. Brilló por su sólida y actualizada formación teológica-bíblica-litúrgica, por su profundo sentido pastoral impregnado de compasión al estilo del buen samaritano, por su ferviente ardor misionero, por su fuerte espiritualidad encarnada, por su amor solidario al Pueblo de Dios, al que siempre se dedica con pasión y entrega. Asumió hasta las últimas consecuencias la memoria de los mártires, la lucha por la tierra que origina tantos problemas e injusticias en Guatemala, la defensa y promoción de los pueblos indígenas. ¡Gracias Mons. Julio por esa siembra generosa de Evangelio, ¡le echaremos de menos!