Un nuevo alguacil llega al pueblo
Donald Trump dispone de un mandato claro para avanzar en su agenda.
Solíamos ver películas wéstern en la televisión hace muchos años. La transmisión solía ser los domingos y era inevitable que en la programación apareciera una de las múltiples películas de este género que se filmaron en los años 60. La historia casi siempre iba de lo mismo. Un pueblo azotado por una banda de forajidos. Los lugareños, totalmente inmovilizados ante el poder de estos desalmados que imponían a fuego su voluntad. Hasta que llega el nuevo sheriff, que, rompiendo con los paradigmas de silencio, temor y sumisión a los que estaban sometidos los ciudadanos, decide enfrentarse a los bandoleros. Luego de luchas y tiroteos, logra restablecer el orden y el control en el pueblo. Salvando las obvias distancias, hay muchos que ven hoy en la geopolítica mundial una especie de reprise de estos filmes con la llegada del nuevo presidente en Estados Unidos.
Lo cierto es que, en cuanto a estilo personal, estrategia política y modo de negociación, habrá en la nación más poderosa del mundo un cambio radical. Para muestra un ejemplo. Una de las palabras mas recurridas por los analistas políticos es de la “transaccionalidad” para definir el estilo del próximo presidente de Estados Unidos. Por transaccionalidad se ha querido interpretar la forma personalísima, muy orientada a objetivos concretos, aprovechando las herramientas duras de la negociación, para conseguir resultados. Aun cuando no ha tomado posesión, ya el solo ejercicio de los mensajes en redes ha comenzado a sacudir el tablero. Ríos de tinta han corrido ya tratando de interpretar qué significan en términos geopolíticos sus sorpresivas puyas.
Nueva autoridad, nuevo estilo, nuevas leyes.
El estilo particular del nuevo presidente norteamericano no es algo nuevo. Quienes pensaron que su figura política estaba terminada luego de perder la elección en 2020 se equivocaron de pasta a pasta. Con un renovado espíritu de confrontación a los poderes establecidos —legales, mediáticos y políticos—, Trump logró un resultado electoral abrumador. Ciertamente la lectura que se tiene es que dispone de un mandato claro para avanzar en su agenda. Esta vez pareciera tener una estrategia más afinada, un sentido de los tiempos políticos mucho más acelerado y una comprensión de cómo evitar que sus rivales tejan alrededor de él las trampas que le reduzcan su margen de maniobra. Falta ver por supuesto cómo se desenvuelve un plan así ya en la práctica.
En ciencia política continúa el largo debate de si los líderes, con su personalidad y características propias hacen a la historia, o si el contexto histórico es el que terminan produciendo a los líderes. Casi un debate entre Maquiavelo y Marx. Lo cierto es que es difícil decidir si se puede ofrecer una explicación tan sencilla y unidimensional como una de las dos mencionadas. Sin embargo, sí es posible afirmar que los estilos políticos atípicos suelen generan interés y llegan a reproducirse con cierto éxito en otras latitudes y en diferente escala. Basta ver los ejemplos de Milei, Bukele y Meloni, por citar algunos de ellos, que, con un estilo provocador, temerario y a contracorriente, han logrado consolidar sus liderazgos, contando con el apoyo de largos segmentos de la ciudadanía en sus respectivos países.
Nueva autoridad, nuevo estilo, nuevas leyes. El mundo se ha empezado a acomodar. Neutralidad editorial de algunos medios en las elecciones, cambios de gobierno en países vecinos, nuevas reglas en las plataformas digitales, fin de las campañas woke en las grandes corporaciones. Todas ellas señales de que hay un nuevo alguacil en el pueblo.