LA BUENA NOTICIA
Un Espíritu “maestro”
En su vida pública, Jesús de Nazareth era llamado “maestro”, pues, en efecto, “enseñaba” lo verdaderamente propio del Reino de Dios: “E iba por toda Galilea, enseñando en sus sinagogas y proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mt 4, 23; 5,2;7,29; Mc 6,24, Lc 4,16).
La suya era una docencia que partía del ejemplo, sobre todo en el trato a los demás en el servicio y la caridad: “Les he dado ejemplo para que ustedes lo hagan”, dice luego de lavar los pies a sus discípulos (Jn 13, 15-17). Se sabe que era llamado “rabí” (de los vocablos “rab” o “grande” y el sufijo “i” o “mío”, es decir “grande, reverendo “para mí”). Los mismos Evangelios recogen sus enseñanzas, como las “bienaventuranzas” (Mt 5, 3-9) tan queridas o a veces olvidadas por los cristianos, como el caso del “Padre nuestro” (Lc 11, 12), tristemente despreciada por los derivados de la reforma protestante, que la han omitido de su “alabanza”, si bien es claro que es indicación dada por el Maestro.
Sorprendentemente en la Buena Noticia de mañana, sexto domingo de Pascua, él anuncia la venida de otro “Consolador” —del griego “parácletos” o consejero o abogado defensor, como en los tribunales antiguos y modernos— al que describe con acciones docentes: “enseñará y recordará todo”. Con ello queda claro que las enseñanzas de Cristo bien necesitan de ese “otro maestro” para evitar ciertas deformaciones, no siempre producto de la mala memoria de los alumnos, sino de la tendencia humana a “cuadrar las cosas de Dios”, según el propio gusto o conveniencia.
Así en el siglo del “subjetivismo intenso” con que se ha inaugurado este milenio viene a cumplirse la sentencia de Protágoras de Abdea (484-411 a.C): “Todo hombre es la norma para sí mismo y toda verdad es relativa al individuo que la sostiene, al punto de que no puede ser válida sino para él mismo”. La cuestión, en fin, no es secundaria: la Iglesia no se orienta “por el consenso logrado políticamente por la votación de sus miembros”, sino que en ella se supone la “escucha del Espíritu” que la hace tantas veces entrar en contraste con el mundo —entendido como el modo de pensar no solo ateo pacífico, sino hasta agresivo contra Dios y su Reino—.
' “Si la perseverancia no deja que alguien se corrompa, la obstinación no deja que se corrija”.
Víctor Hugo Palma
Ocurre que en la lucha contra la intolerancia, en el respeto irrestricto a las “ideas del otro”, bien puede esconderse la terquedad de la que decía San Agustín: “Si la perseverancia no deja que alguien se corrompa, la obstinación no deja que se corrija”. Cuando se oculta la verdad o se va contra ella descaradamente, pobre de la familia, de la nación incluso, gobernada por necios o tercos, “pues un hombre obstinado, cerrado al magisterio, no tiene opiniones, sino que ellas lo tienen a él” (Alexander Pope, 1688-1744). Popularmente se dice “irse contra la razón”, pero ello solo es el fruto final de una egolatría fatal, y muy fatal en quienes pretenden ser guías, olvidando que “un ciego no puede guiar a otro, pues ambos pueden caer en el hoyo” (Lc 6,39).
Aunque faltan dos semanas para Pentecostés, bien está a los creyentes comenzar a pedir el Espíritu Maestro —tan reducido a espectáculos electromagnéticos o al paroxismo en la alabanza— para tener un discernimiento puro y desinteresado y libre de resentimientos, y suplicarlo de rodillas incluso, para aquellos que, cerrados a la verdad y la razón, podrían disfrazar el mal de bien y juzgar “políticamente correcto” a lo perverso y contrario a la dignidad de la persona humana.