Pluma invitada
Ucrania nunca será suya
Si el propósito fundamental de la guerra de Putin era mantener a Ucrania dentro de la órbita de Rusia —a nivel político, cultural y económico—, ha tenido el efecto opuesto.
Conforme se acerca el segundo aniversario de la invasión rusa a Ucrania, se ha vuelto un lugar común asegurar que el tiempo favorece al presidente Vladimir Putin. Con la escasez de armamento y municiones en Ucrania, la ayuda militar estadounidense en duda y la determinación de Rusia para seguir luchando, ahora la victoria ucraniana parece fuera del alcance. Algunos expertos influyentes van más allá, pues insisten en que Kiev tan solo sufrirá más muerte y destrucción si persiste y que debe buscar un acuerdo político con Moscú, aunque deba sacrificar territorio.
Su guerra ha sido contraproducente no solo en Ucrania, sino también en Europa.
Sin embargo, pese a todo lo anterior, la guerra de Putin ha fracasado. En las célebres palabras de, a final de cuentas la guerra no es matar personas y destruir cosas: es un medio para alcanzar fines políticos específicos. Quienes inician guerras esperan encontrar una mejor posición estratégica en cuanto se detengan los disparos. No obstante, aunque esta guerra termine con el control de Rusia sobre todo el territorio ucraniano que ahora posee —un escenario que a los ucranianos les parecería más que intragable— la posición de Moscú será peor. Independientemente de lo que suceda, Ucrania seguirá su propio camino. Para Putin, quien está más preocupado por Ucrania que por cualquier otro país que haya surgido de los escombros de la Unión Soviética, ese hecho por sí solo equivale a una derrota.
Si el propósito fundamental de la guerra de Putin era mantener a Ucrania dentro de la órbita de Rusia —a nivel político, cultural y económico—, ha tenido el efecto opuesto. Los líderes y ciudadanos ucranianos, en especial los de las generaciones más jóvenes, han decidido que su futuro se alinea con Occidente, no con Rusia. La prevalencia de esta mentalidad se volvió cada vez más palpable en el transcurso de los cuatro viajes que he realizado a Ucrania desde la invasión; a ningún visitante a Ucrania le dejarán de sorprender sus varias manifestaciones diarias. Dondequiera que vayas, los ucranianos hablan lenguas occidentales, en particular inglés, y pareciera que cada vez son más los que lo hacen.
A Ucrania se le suele describir como una incómoda amalgama de dos comunidades nacionales: una en las regiones occidentales del país, definida por la etnia y la lengua ucranianas, y otra al este y al sur de habla rusa. Aunque esta división alguna vez se pudo considerar exacta, ya no lo es. Por poner un ejemplo, cualquier visitante de las líneas del frente del este y el sur de Ucrania se encontrará con soldados que hablan ruso entre sí y tal vez ni siquiera saben ucraniano. No obstante, se consideran ciudadanos de Ucrania comprometidos a impedir que Rusia someta a su patria, una causa por la que están dispuestos a morir.
Más que ningún otro acontecimiento, la invasión a gran escala de Rusia en 2022 ha contribuido a este sentimiento. El nacionalismo ucraniano actual, el cual trasciende la región y la lengua, refleja una profunda determinación a forjar una identidad definida por la separación de Rusia, incluso por la antipatía hacia esa nación. De hecho, Putin podría pasar a la historia como uno de sus principales catalizadores, aunque sea de forma involuntaria. Dada su convicción de que rusos y ucranianos en realidad son un solo pueblo, un resultado de este tipo es especialmente irónico.
Su guerra ha sido contraproducente no solo en Ucrania, sino también en Europa. La Unión Europea, la cual se activó debido a la sacudida de la invasión, reunió un espíritu común en su apoyo a Ucrania. El bloque, cuya postura hacia Rusia antes estaba dividida, ha actuado casi de forma unánime —el primer ministro húngaro, Viktor Orban, es la única excepción— para oponerse al acto de agresión de Putin. El hecho de que ahora Ucrania esté camino a convertirse en miembro de la UE, a lo cual Moscú se opuso con fiereza durante años, es igual de importante, aunque no será un trayecto corto. Una señal de progreso: junto con Moldavia, Ucrania inició de manera oficial las negociaciones para ingresar al bloque a finales del año pasado.
Luego está la OTAN. Sin duda, la invasión rusa fue un intento de impedir la intrusión oriental de la alianza, la cual Putin ha considerado una amenaza desde hace mucho tiempo. Al final, el ataque de Rusia a Ucrania provocó que otros dos países, Finlandia y Suecia, solicitaran su ingreso a la OTAN. Ninguno de los dos había mostrado la más mínima inclinación a incorporarse antes de la invasión y ambos tienen excelentes ejércitos. Con su adhesión, Rusia estará todavía más acorralada, en particular en el mar Báltico y por los 1300 kilómetros de frontera terrestre que comparte con Finlandia.
Además, el ataque de Rusia provocó que los países que no pertenecían a la OTAN se replantearan una aversión de mucho tiempo a aumentar el gasto militar. Según cálculos de la OTAN, el gasto militar anual combinado de Canadá y los miembros europeos de la alianza se incrementó a un 8,3 por ciento en 2023, en comparación con el 2 por ciento de 2022. En teoría, este año dieciocho Estados miembros cumplirán el objetivo de destinar el dos por ciento de su producto interno bruto a sus ejércitos, un aumento seis veces mayor en una década. Incluso en Alemania, un país que históricamente ha sido vulnerable a los intereses de seguridad de Rusia y ha defendido un involucramiento con Moscú, los ánimos han cambiado. En la actualidad, su ministro de Defensa advierte que Rusia se ha convertido en una amenaza seria y creciente.
Por supuesto que Ucrania desea unirse a la alianza: un escenario de pesadilla para el Kremlin. Sin embargo, aunque siga sin cumplirse ese deseo —y parece que seguirá siendo así, al menos a corto plazo—, Ucrania continuará buscando la ayuda de los países de la OTAN para entrenar a sus soldados, equipar a sus fuerzas armadas y construir industrias de defensa modernas firmando acuerdos de transferencia de tecnología y producción conjunta. Aunque Ucrania no sea miembro de la OTAN, estará parcialmente alineada debido a sus vínculos significativos y crecientes con Occidente en materia de defensa.
Tal vez los pesimistas tengan razón: si se acabara la ayuda militar estadounidense, a Ucrania le sería mucho más difícil, quizá incluso imposible, recuperar más territorio y hasta podría perder más territorio. No obstante, incluso una Ucrania más pequeña tendrá importancia estratégica. Cuando se independizó en 1991, ocupaba —sin tomar en cuenta a Rusia— el primer lugar de Europa en tamaño y el quinto en población. Incluso una Ucrania truncada sería uno de los países más grandes de Europa, con el peso agregado de un Ejército de 500.000 soldados que ya es mucho mayor que el de cualquier país europeo de la OTAN y que solo se reforzará y modernizará más.
Putin considera que Ucrania es un premio sin igual, incluso un derecho ruso. Sin embargo, la guerra que inició para poseerla ha garantizado que nunca será suya.
©2024 The New York Times Company