Rincón de Petul
Tesorito encontrado
Ni los autores imaginan cuánta importancia dan algunos lectores a sus letras en los rotativos.
Cuando trasciende una persona, después, llega la tarea ineludible de entrar a su espacio personal y hurgar, una por una, las cosas que dejó atrás. Cuando es viejo quien muere, grande puede ser el conjunto de todo lo que acumuló. Esto, seguramente, es en unos más y en otros menos; pues para gente guardona hay muchos diferentes grados de intensidad. Ahí vemos que están los sencillos, que abrazan el muy en boga minimalismo. Ellos, dicho sea de paso, hacen más simples algunas tareas póstumas de los sucesores. Y luego, está la gente como mi padre, quien nos dejó dos meses atrás, tras 88 largos años de vida, y que nunca abandonó su sello personal de que ciertas cosas materiales —que a él fascinaron—, jamás se desechaban. Puede que dé risa pero cuando uno le insistía en que algún cachivache particular sí estaba para ir a la basura, él se solía defender bromeando: “si todos fueran como vos, no existirían museos como el Louvre”.
Lo que hoy nos toca vaciar parece nada menos que un pequeño museito. Y como tal, siempre supimos que en sus cargados recovecos se guardaban riquezas que algún día habríamos de ver qué hacer con ellas. Las familiares, algunas de ellas, solo valiosas para él. Digamos, si alguien en su vida le envió una carta, ahí está conservada. Pero hay otras que guardaremos, como la señorial placa de bronce que un abuelo, el abogado, tenía en su oficina en los años 30; y del otro abuelo, sus memorias de letra y puño, narrando su conducción de la Reforma Monetaria (1922-1924) y su recorrido que lo llevó a fundar la primera farmacéutica en Guatemala. Otras reliquias trascienden lo familiar. Hoy, honestamente no sé qué haremos con algunas, como un libro del siglo XVIII, aún con sus hojas protegidas por la pasta de cuero antiguo. O un testimonio de 1,800 no sé cuántos, aún con sus mapas a mano y firmado en original por el presidente Barrios.
Lo que hoy nos toca vaciar parece nada menos que un pequeño museito.
Cualquiera que entró algún día a esos espacios de papá notó su curiosa recopilación de recortes periodísticos. Fiel aficionado de los diarios, todos los días, con meticulosidad, removía las hojas que le interesaban, para luego apilarlas, formando columnas de tamaño humano. Ahora, es entretenido hacer en su exploración un recorrido por la historia reciente, acompañado, además, del singular aroma que despide el añejo papel. Entre los recortes, destaca una nutrida cantidad de las páginas de opinión. De manera constante, guardaba artículos de autores recurrentes. Algunos, porque tanta era su desaprobación, que hasta le provocaban risa y los guardaba. Pero otros, por su comunión con los autores. Anoche, recorriendo los pilares, terminé conmovido de observar cuánto cuidado puso a su conservación. Seguramente, pensé, que ni los autores mismos imaginan cuánta importancia dan algunos de sus lectores a sus letras en los rotativos.
Siempre supe que él guardaba mis columnas de opinión. Pero entre las otras tareas del vaciado de sus espacios postergué la de tomarlas y removerlas de la vitrina donde las iba colocando. Hace unos días, sin embargo, en un impulso y sin pensarlo, las tomé y decidí arreglarlas una por una, por el orden de sus fechas. Siempre supe que papá era pulcro y meticuloso en las cosas que le importaban. Pero me tocó el corazón ver el esmero con que hizo mi colección. Y luego notar que en su tarea se vio reflejada su capacidad perdida en sus últimos años. Así, la colección completa sufre una interrupción durante el 2021, cuando perdió a mi mamá, su compañera de vida. Y luego, en este 2024, hay lagunas en las semanas cuando su salud se precipitó. Este mes, casualmente, se cumplieron 10 años desde que Prensa Libre me publicó por primera vez. Divino regalo de aniversario fue ordenar la colección hecha por mi mentor en esta tarea.