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Te Deum Laudamus

Se glorifica al Verbo encarnado y la obra de la redención; y finaliza implorando la misericordia de Dios.

En la noche de Pascua del 24 al 25 de abril del año 387, Agustín de Hipona, considerado el pensador más importante de la antigüedad, fue bautizado por el obispo Ambrosio en Milán.  Tenía 33 años y hasta entonces, entre la desesperación y el vacío de una vida desordenada, había recorrido un largo camino en busca de la verdad y el sentido de la vida.  La leyenda cuenta que después de recibir el bautismo, Agustín y Ambrosio entonaron espontáneamente el himno que hoy conocemos como Te Deum.

Se glorifica al Verbo encarnado y la obra de la redención; y finaliza implorando la misericordia de Dios.

Más allá de la leyenda, esta pieza literaria llegó hasta nosotros heredada del patrimonio de los himnos del antiguo cristianismo. Toma su nombre de las palabras con las que inicia: “Te Deum” que del latín se traducen al español como: “A ti, Oh Dios…” Se trata de una composición poética de alabanza y acción de gracias a Dios. Los versos reconocen el poder creador de Dios, principio y fin de todas las cosas, a quien tienden en definitiva todas las aspiraciones de la vida humana.  Se alaba a Dios Padre por medio de los ángeles y de los santos; y la alabanza se replica en la tierra en labios de la Iglesia que lo adora junto con el Hijo y el Espíritu Santo. Se glorifica al Verbo encarnado y la obra de la redención; y finaliza implorando la misericordia de Dios.

La crítica moderna sitúa las frases más antiguas hacia el año 250. Con mucha probabilidad la composición ya estaba redactada como la conocemos hoy hacia el siglo V.  Este himno fue adoptado muy pronto como expresión colectiva de acción de gracias.  En los momentos más solemnes de la historia del pueblo cristiano, este fue su canto triunfal, de júbilo y de victoria.  El caso más antiguo que se recuerda es el de la batalla de las Navas de Tolosa, en  1212, cuando las tropas de los reinos cristianos, después de derrotar de manera decisiva al ejército almohade, entonaron este cántico.

En la actualidad, el Te Deum sigue siendo parte de algunos ritos de la liturgia católica y se suele cantar en días solemnes o circunstancias especiales. Sin duda el momento más conocido es el que tiene lugar en la víspera de la celebración de la independencia de Centroamérica. El lugar de este rito ha sido tradicionalmente la Catedral Metropolitana, edificio de la época que aún permanece en pie, junto a la plaza central.  Con la Independencia, el Nuevo Régimen intentó conservar algo de la cosmovisión cristiana de la sociedad más o menos presente en los siglos anteriores. De allí las abundantes manifestaciones de religiosidad oficial por parte del nuevo gobierno —misas al inicio de la legislatura, Te Deum por los nuevos gobernantes— y la participación destacada de muchos eclesiásticos en la cuestión política. 

No siempre los valores cristianos han encontrado un sitio adecuado en la construcción de nuestra nación. Con todo y con eso las profundas raíces cristianas de nuestra historia siguen permeando la identidad nacional. Eso nos alienta a hacer uso de los valores más altos para dignificar la vida de todos, especialmente los más vulnerables. Esos mismos valores son los que nos impulsan a no perder la esperanza de poder construir una “patria digna” a pesar del comportamiento cada vez más generalizado de los que eluden sus responsabilidades, protegiendo únicamente la propia conveniencia e interés, sin tener en cuenta el bien común.

El tradicional Te Deum de acción de gracias por la Patria es un rito, y como todo rito nos ayuda a entender el significado profundo de la vida. Nos detenemos un instante delante de Dios  para comprender, junto a Él, quiénes somos, qué hemos sido y buscar la correcta dirección de nuestro futuro.

ESCRITO POR:

Tulio Omar Pérez Rivera

Licenciado en Teología Litúrgica por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma. Durante varios años fue párroco en zonas indígenas cakchiqueles. Actualmente es obispo auxiliar de Santiago de Guatemala.