Pluma invitada
Seremos sus voces
Desde el silencio, el grito de una súplica.
-“¿Cuánto tiempo permanecerán en Estados Unidos?”, nos pregunta el agente de migración.
-“Unas 4 horas”.
-“¿Destino final?” .
-“Israel”.
-“Con cuidado. Eviten ir al sur”.
Salimos temprano. Desde nuestro hotel en Jerusalén, Waze nos marca una hora con treinta y cuatro minutos para llegar a las cercanías de la frontera con Gaza, en el sur. El “cementerio de carros” quemados a la orilla de la carretera, donde en su interior los terroristas calcinaron a quienes intentaron escapar, marca que nos acercamos al sitio del “Festival Musical Supernova”. De las más de mil 200 víctimas del ataque genocida de Hamas en Israel el 7/10, aproximadamente 360 fueron asesinados acá, en su mayoría jóvenes que asistían al concierto al aire libre. Se han colocado sus fotografías en pedestales de madera, como tributo. Sus imágenes, tomadas en otrora días felices, desgarran conociendo hoy sus trágicos desenlaces. Estoy en un campo abierto, pero me falta el aire.
La indiferencia no es opción.
¿Dónde está el repudio internacional? Pienso en el empleado ya identificado de UNRWA que luego que Hamas asesinara a Yonathan Samerano -un participante israelí en el festival musical-, lo subió a un vehículo perteneciente a esa organización terrorista disfrazada de misión humanitaria internacional. Su madre, Ayelet, clama: “Señor Guterres, míreme a los ojos y respóndame ahora, ¿dónde está mi hijo?” /…/ “¿Cómo puede la ONU pagarle a este hombre que arrastró el cuerpo inerte de mi hijo por el suelo y luego lo recogió como si fuera un premio y lo llevó a Gaza?”.
Sigo viendo a mi alrededor. Hay muchas fotografías de mujeres jóvenes. Sabemos del sadismo del que fueron objeto. En las sociedades machistas, la victoria se define no solo cuando se toma el territorio del enemigo, sus casas y pertenencias materiales, sino también cuando se apropian de las mujeres.
El cuerpo de una mujer no es un botín de guerra. En Israel, las mujeres no son propiedad de nadie. Ellas, que por su propio mérito conforman unidades militares que van desde combate hasta inteligencia, son tanto más que la forma en que fueron brutalmente asesinadas. A las que aquí masacraron mientras bailaban libres, no eran prisioneras de ideologías, de burkas ni de opresión alguna que reprimiera su individualidad.
Cierro mis ojos. Desde el silencio, escucho el grito de sus súplicas: “…que nuestras muertes no sean en vano…”. Los terroristas que violentaron los cuerpos de los inocentes, sin importar edad ni género, ya no son capaces de lastimar sus almas libres; pero lo que sí está en nosotros es decidir: ¿seremos sus voces o seremos indiferentes?
Nos dirigimos a la ciudad de Ofakim. Israel exige que toda nueva edificación cuente con un refugio antimisiles; pero acá, por ser la mayoría construcciones viejas, además de estar en situación de pobreza, sus refugios están principalmente en las calles. Entramos a uno; sofocante y aún con rastros de sangre. Acá, un grupo pudo resguardarse el 7/10, pero alguien se percató de que sus padres estaban afuera. El dilema imposible del hijo: tras la puerta blindada, escuchaba los gritos de sus padres rogándole no abrir para no poner en riesgo la vida de los demás. Sus voces eventualmente cedieron, al igual que sus vidas.
Concluimos el día en una base de soldados israelíes, quienes regresaban del campo de batalla en Gaza, siendo recibidos por sus compañeros con comida caliente y abrazos de hermandad al saberse vivos. Sus rostros jóvenes me hicieron recordar cuando yo también tenía unos 20+ años: una universitaria preocupada de mis estudios. Ellos, en cambio, no están estudiando ni divirtiéndose en ninguna fiesta, la música paró abruptamente para ellos el 7/10. Sus vidas se encuentran en pausa, mientras combaten una guerra que no empezaron, pero que van a terminar. Pelean por Israel; pero en realidad, sobre sus hombros, injustamente recae el peso de una lucha en favor de todo el mundo libre; incluyendo incluso a aquellos que con su miopía moral no lo valoran.