La buena noticia
Ser para los demás
Dar con generosidad es una de las lecciones que encontramos en el pasaje de la ofrenda de la viuda desvalida.
Mientras se publican estas líneas se está llevando a cabo en Quetzaltenango el Encuentro anual de familias católicas y agentes de Pastoral familiar. A esta reunión, bulliciosa y festiva, pero también reflexiva y orante, concurren familias provenientes de todas partes del país. Papás, hijos, y algunos religiosos dedican unos días al encuentro, la oración y la profundización de temas y situaciones que conciernen a la familia y su promoción. El objetivo de estos encuentros es el de examinar y desarrollar acciones que fortalezcan a las familias en medio de los retos de nuestro tiempo.
En la familia y en todos los ámbitos de la existencia, es necesario adquirir una actitud de donación.
Se suele repetir que “la educación comienza en casa”, y la frase no está privada de contenido. En la escuela del amor que caracteriza a la familia, se adquieren hábitos que necesariamente repercuten en beneficio de la sociedad a todos los niveles. La familia es escuela de donación desinteresada, que tiene como condición irrenunciable el olvido de sí. Esto lo recordaba el papa Benedicto XVI años atrás en Valencia con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias: La familia es el ámbito privilegiado, donde cada persona aprende a dar y recibir amor.
En el hogar se hace posible un aprendizaje que resulta imprescindible: comprender el valor de darse a uno mismo. La generosidad es la virtud que nos conduce a dar y darnos a los demás de una manera habitual, firme y decidida, buscando el bien del otro y poniendo a su servicio lo mejor de nosotros mismos, tanto bienes materiales como cualidades y talentos. Hay que vivir con generosidad no solo porque el hombre es un ser capaz de dar, sino porque nos realizamos como persona cuando extraemos algo de nuestra intimidad y lo entregamos como algo valioso a quien lo recibe como suyo. Dar, devolver, es una consecuencia de la percepción realista de la propia existencia. Amar es dar: dar tiempo, dar cuidado, dar perdón, dar de nuestra propia interioridad, dar respeto, etc. El modo más radical de dar es darse a uno mismo, es decir, dar el ser. El espacio vital de la familia es el ambiente apropiado para una existencia alegre de servicio y donación a los demás. La vida alcanza plenitud cuando se convierte en ofrenda.
Dar con generosidad es una de las lecciones que encontramos en el pasaje de la ofrenda de la viuda desvalida que narra San Marcos en su evangelio (Cap. 12). A pesar de su necesidad, da mucho porque no ofrece lo que le sobra sino todo lo que posee. Es discordante la actitud de los otros personajes que aparecen en el relato: con pretextos religiosos hacen todo aquello que está mal: vivir superficialmente, aprovecharse del necesitado y buscar, llenos de presunción y orgullo, el saludo de los otros y los primeros puestos. La actitud de la viuda es ejemplar: nadie es tan pobre que no pueda dar algo y cuando no se tiene nada, se da lo más valioso, la vida.
En la familia y en todos los ámbitos de la existencia, es necesario adquirir una actitud de donación en la que no se da lo que sobra sino lo que es valioso. Jesucristo es la ofrenda al Padre, en él aprendemos a ofrecer nuestra vida. “Al dar su vida como rescate por muchos, Jesús proclama que la vida encuentra su centro, su sentido y su plenitud cuando se entrega. También nosotros estamos llamados a dar nuestra vida por los hermanos, realizando de este modo en plenitud de verdad el sentido y el destino de nuestra existencia”. Solo en el compartir, en el donarse con generosidad, nuestra vida será fecunda y dará frutos. El que comparte su vida nunca se queda solo ni vacío. “Ser para los demás” es una buena descripción de lo que la familia está llamada a ser.