LIBERAL SIN NEO
Sabemos más y estamos mejor preparados
La industria de la protesta y los guardianes de la virtud humana no han dudado en llevar agua a su molino; la pandemia es venganza de la naturaleza, la madre tierra responde por el cambio climático, la epidemia ha puesto en evidencia la desigualdad, es la crisis final del capitalismo y más gobierno es la solución a todo.
' La mitad del nuevo gasto público aprobado, no guarda relación con el combate al virus.
Fritz Thomas
Inicialmente se nos hizo creer que el covid-19 surgió en un mercado de animales silvestres en Wuhan, China. La evidencia converge en que el virus escapó de un laboratorio biológico en esa misma ciudad. Los primeros médicos que alertaron fueron sancionados y obligados por el régimen a retraerse, y uno de los principales, un oftalmólogo, murió a causa del virus. Las autoridades chinas pusieron un cerco a la provincia para aislarla del resto del país, pero permitieron que continuaran vuelos internacionales. El régimen autoritario “comunista” de China censuró la información y declaró que el virus no se transmitía entre humanos. Poco después se hizo presente la realidad.
El virus se ha regado rápidamente alrededor del mundo. China resultó tener menos infectados y muertos que Nueva York, dato un tanto conspicuo, por lo que el régimen chino, después de una “revisión” de los datos, aumentó en 50% las cifras oficiales. Los médicos y órganos de salud se convirtieron en los oráculos de políticas públicas y esto condujo al aislamiento drástico y el cierre de la actividad económica. Surgieron complejos modelos estadísticos para estimar el número de infectados y muertos por el virus, y guiados por estas estimaciones los gobernantes impusieron medidas más draconianas.
Se acumula evidencia de que los modelos estadísticos se han equivocado astronómicamente. Hay muchas más personas infectadas de lo que se pensaba, gran cantidad de ellas sin síntomas. Consecuentemente, la tasa de mortalidad por el virus es mucho más baja; no se mueren dos de cada cien infectados, es más probable uno de cada mil. El costo en vidas es grande, pero es improbable que sean decenas o incluso centenas de millones como se pronosticaba hace poco. No intento hacer de menos el peligro y sus consecuencias, aun cuando pienso que se ha producido una sobrerreacción, imponiendo enormes costos, económicos, sociales y éticos.
Surgen muchas injusticias y atropellos cuando se prohíbe todo, excepto lo que permite la autoridad. Empieza a crecer la lista de excepciones; los que tienen recursos y acceso al poder se van colando en la lista. Muchos pueden movilizarse en su vehículo, pero quien depende del transporte público está atrapado. Los adultos mayores tienen prohibido circular, como que fueran irresponsables.
Se subestima el impacto económico del aislamiento y las prohibiciones. Se lleva contabilidad de infectados y decesos, sin dar cuenta de cómo se multiplica el desempleo y el colapso de empresas productivas. La economía es el pan de cada día, no una fría estadística.
Estudios que demuestran que al menos la mitad del nuevo gasto público aprobado, que es pura deuda, no se relaciona con el combate del virus. Lo que dispone la autoridad y cualquier violación de las libertades civiles es válida para protegernos del enemigo. Esta es una de las más antiguas rutas que ha tomado siempre el autoritarismo. Continúo insistiendo en la necesidad de encontrar soluciones que se apoyen en el instinto primal de la propia responsabilidad. Cuando se tiene información y conocimiento del peligro, las personas saben cómo protegerse a sí mismas y a los suyos, sin que sea imperativa la coerción drástica. Hoy sabemos más y estamos mejor preparados, hay que reabrir la economía.