Registro akásico
Recontra ultraderechistas
Los viejos calificativos políticos supuestamente analíticos son la nostalgia de los abusadores.
En agosto 28 de 1789 se decidía si el rey de Francia continuaba o no. Para asegurar la convivencia, durante la acalorada discusión, los representantes seguidores de la corona decidieron sentarse a la derecha del presidente de debates, mientras los contrarios, a la izquierda. La derecha apenas sumó 325, frente a los 673 deseosos de terminar con la monarquía. En Inglaterra era parecido, pues en la cámara de debates, a la derecha estaba el representante del rey. Con una precaución, pues los bandos, hasta la fecha, se sientan confrontados. Por ello se decidió que la distancia entre ambas fuera el doble de una espada. Como dato curioso, no se ingresan más sillas. Sentados hay 427, a pesar de tener 650 miembros, en la Cámara de los Comunes.
La simpleza de la adscripción en votaciones hizo popular a esa dicotomía. Adjudicar una motivación holística en los sujetos políticos permitía descripciones persuasivas. Con el arribo de los socialistas ganó popularidad la clasificación. A finales del siglo pasado hubo necesidad de diferenciar entre izquierdosos, o sea solo palabrería, izquierda democrática, izquierda comunista y ultraizquierda. En la derecha se agostó el conservadurismo, disminuyeron los liberales y aparecieron los corporativistas bajo insulto de fascistas o fachos.
Los calificativos para clasificar políticos se corrigen, a veces, en el término de una semana. A Georgia Meloni, presidenta del Consejo de Ministros de Italia, sus opositores la insultaban recordando su juventud ligada a nostalgia nacionalista, bajo calificativo de neofascista, luego pasó a ser tildada de ultraderechista; después, cuando ganó las elecciones, simplemente de política de derecha. ¿Cómo una agrupación fascista dirigirá a la gran nación italiana? Ahora está claro, son los Hermanos de Italia.
Al poner atención a los análisis del gobierno actual en los canales electrónicos se le acusa como dictadura del proletariado.
Existe una contrariedad similar: después de haber ganado las recientes elecciones, los seguidores de Marie Le Pen abandonan lentamente el calificativo de ultraderecha. La Agrupación Nacional, ganadora de los comicios, propone en su programa: subir salarios, bajar impuestos energéticos, nacionalizar las autopistas. Considera dar un período de gracia a los impuestos pagados por los jóvenes nacionales franceses, subsidio a familias vulnerables, elevar las pensiones y no aceptar se eleve la edad para la jubilación. Se aparta de favorecer a las grandes compañías transnacionales en los tratados de libre comercio, bajo orientación de proteger a la producción nacional. ¡Uf! Valiente ultraderecha. En nuestro país sería vilipendiado de comunista por los tiktokeros e influenciadores de equis, favorables al capitalismo de amiguetes. Al poner atención a los análisis del gobierno actual en los canales electrónicos se le acusa como dictadura del proletariado.
La calificación de ultraderecha, a los nacionalistas, ayuda a los neoliberales a manipular el apoyo a las empresas capitalistas internacionales. Una dicotomía entre globalistas y soberanistas, en algunos aspectos del análisis, tales como la política internacional o la economía exterior, tiene más sentido, aunque es igualmente ingenua. El francés Jordan Bardella hoy es líder de extrema derecha; si llega a ser presidente de Francia, seguro cambiará su calificativo.
En suma, el establecimiento de una alternativa en materia de gobierno cada día es más imprecisa. Se impone mejorar la comprensión de las posiciones y propuestas políticas. Tal situación es propicia a introducir matices y contenido cuando se examinan los planteamientos de los políticos y evitar ser una majada de ovejas dirigidas por ladridos de vivales.