Rincón de petul
Reconstruir un puente. Reconstruir una nación.
Junto con el de otros tres trabajadores migrantes hispanos, el cuerpo sin vida del chiquimulteco José Mynor López está hoy sumergido bajo las aguas que hacen entrada marítima a Baltimore. Esta semana nos estremecimos con el escalofriante accidente que destruyó el llamado Key Bridge en Maryland y donde los ya mencionados, más otros dos cuyos cuerpos lograron ser rescatados (el petenero Castillo y el mexicano Fernández) perdieron la vida. Las víctimas eran trabajadores de caminos, haciendo sus horas a la una de la mañana, reparando el pavimento del puente, sobre el que la afluencia transitaría el día siguiente. Las bahías donde pasó esta tragedia son testigos históricos en la formación y actual transformación de su nación.
A la vista, al fondo, tan solo cinco millas adentro, erguida se mira aún una histórica estructura militar. Es el Fuerte
McHenry, relevante por los ataques que recibió de la armada británica en la Guerra de 1812, y porque su supervivencia y, por tanto, la prevalencia del pueblo americano, fueron lo que sirvió de inspiración al poema de Francis Scott Key cuyas estrofas son hoy su himno nacional: “Bandera de Estrellas”. En las décadas siguientes, millones de migrantes del mundo fueron claves para transformar la creciente nación en una potencia global. Una que se nutrió de peregrinos internacionales que abarrotaron sus puertos de entrada; desde Ellis Island, en Nueva York, hasta la Isla de Angel, en San Francisco, haciendo de ese no un país por nacionalidad nativa, sino uno rico por su fortaleza de atracción. Ese espíritu fue inmortalizado en el poema de Irving Berlin, tallado al pie de su emblemática estatua, que clama, que llama a los pobres y cansados del mundo, que anhelan libertad. Hasta hace no mucho, nadie cuestionó la riqueza internacional que formó aquel país.
A pesar de corrientes nativistas que hoy seducen a un tercio de la población estadounidense, su capacidad de atraer a quienes añoran su estilo de vida fue un lema promocionado a lo largo de la historia; grandemente, en épocas tales como la Guerra Fría. Y sí, para los latinoamericanos, en especial centroamericanos y mexicanos, ese “sueño americano” se consolidó como una sólida verdad. En nuestro caso particular, en menos de 30 años vimos cómo un quinto de nuestra población se fugó hacia aquel país, donde engordamos las estadísticas de “inmigrantes” e “hispanos”. Y donde somos protagonistas en la cifra de trabajadores de construcción, donde uno de cada tres es “latino” (Agencia de Estadísticas Laborales de EE. UU.). Caso que se consolida en áreas como Washington, D.C., y Baltimore —donde sucedió la tragedia del puente—, donde se calcula que cuatro de cada 10 trabajadores en el área de construcción son inmigrantes. Fuentes diversas coinciden en anticipar que será esa misma fuerza en quien se espera para la reconstrucción del puente, fundamental en su economía de gran escala.
Cinco años tomó construir el puente Key. Ahora, tiempo similar tomarán manos hispanas, probablemente indocumentadas, en erigir al sustituto. Pero los ideales de la nación sobre la cual estuvo construido corren peligro más grave. Tomará esfuerzo revertir a los nativistas que atacan al extranjero. La valentía será fundamental. Memorable hubiera sido que el presidente Arévalo hiciera honra en el puente, aprovechando que estaba cerca. Pero la fina diplomacia seguramente se lo imposibilitó. Ahora se espera mayor acompañamiento que la acostumbrada forma de repatriaciones y trámites pasajeros. Más al fondo, que añora dignidad. El puente habrá de ser reconstruido. Esperamos, por el bien de muchos, que la visión cosmopolita de su pueblo, también.