Pluma invitada
Quién vota por Trump y por Oprah
Es demasiado fácil olvidar que antes de Trump, el político, estaba Trump, el hombre de negocios, el presentador, el de los tabloides.
Hay una pregunta sobre Donald Trump que me hacen más que cualquier otra, teniendo en cuenta que dedico mi vida profesional a estudiar el comportamiento de los votantes y, en particular, las motivaciones de los republicanos. He aquí un hombre que sigue siendo el favorito para la presidencia a pesar de enfrentarse a decenas de acusaciones por delitos graves, a un veredicto del jurado previsto para la semana próxima y a la persistente frustración de los electores, incluidos los republicanos, por la insurrección del 6 de enero en el Capitolio. ¿Por qué nada de esto afecta su lugar en las encuestas?
Mi respuesta comienza con una historia sobre la opinión que Oprah Winfrey alguna vez tuvo de Trump.
Durante las elecciones presidenciales del año 2000, Oprah le envió a Trump una cálida carta escrita a mano que acababa con una posible asociación política entre dos de los nombres más famosos de Estados Unidos.
“Lástima que no estemos contendiendo a la presidencia. ¡Qué equipo seríamos!”, escribió.
Claro está que en ninguna boleta vimos a Trump como futuro presidente ni a Oprah como futura vicepresidenta (ni al revés) y en las décadas intermedias los dos fueron en direcciones muy opuestas en el terreno político. Winfrey encumbró y respaldó al senador Barack Obama para la presidencia; Trump construyó una base política fundamentada en acusaciones falsas y teorías conspirativas sobre el nacimiento de Obama.
Para cuando Trump se convirtió en presidente, Winfrey consideró volverse su rival en lugar de su compañera de fórmula. Oprah llamó al senador Mitt Romney para discutir ideas sobre cómo enfrentarse a Trump de alguna manera.
Sin embargo, puede que Winfrey haya tenido algo en mente cuando pensó que los votantes podrían sentirse atraídos por ella y Trump. En nuestro grupo de opinión de The New York Times de este mes, en el que entrevisté a una decena de mujeres que votaron por Trump en 2020 y les pregunté a quién más les gustaría ver contender a la presidencia, las primeras respuestas de una republicana y una independiente fueron contundentes: ¡Oprah! ¡Oprah!
“Ella es inteligente. Sabe cómo dirigir una empresa”, dijo una de nuestras participantes en los grupos de opinión sobre Winfrey. “No se deja intimidar”.
¿Les suena familiar? Los seguidores de Trump han dicho lo mismo de él desde que descendió de su escalera eléctrica dorada hace nueve años.
Dudo que Winfrey y Trump compartan muchas preferencias políticas, valores u opiniones hoy en día. Pero la noción de un ciudadano que vote por “Trump y Oprah” es un claro recordatorio del poder de las celebridades para moldear la opinión pública. Las consideraciones políticas, el posicionamiento ideológico y las señales partidistas se mueven en torno a la atracción gravitatoria del megaestrellato en Estados Unidos.
A medida que la imagen de “El aprendiz” se ve más en retrospectiva, resulta un error olvidar que Trump es primero una celebridad y después un político.
Las acusaciones criminales, los juicios, el 6 de enero, ¿por qué nada de esto parece afectar el posicionamiento de Trump? Cada semana parece surgir algo que, si fuera cualquier otro candidato, causaría horror y lo descalificaría para el puesto. Esta semana, es un video con un falso titular “el Reich unificado”, la semana siguiente podría ser un jurado que emita un veredicto de culpabilidad en una causa penal; en ambos casos, eso podría no afectar las encuestas.
Me parece que casi una década después de su primera campaña, Trump conserva el tipo de escudo que solo una celebridad tiene. Es demasiado fácil olvidar que antes de Trump, el político, estaba Trump, el hombre de negocios, el presentador, el de los tabloides. Después de todo, aunque ahora es un expresidente y actual favorito para volver a ocupar la Casa Blanca, no hace tanto tiempo era visto como una historia de éxito estadounidense, un hombre de negocios con el historial y el carisma necesarios para convertirse en una celebridad, que aparecía en películas como “Mi pobre angelito 2”, la exitosa serie de televisión “El aprendiz”, así como anuncios del centro comercial Macy’s junto a personalidades como Taylor Swift y Martha Stewart.
El atractivo del éxito es poderoso. En nuestra propia vida, el éxito puede adoptar muchas formas: ganancias económicas, reconocimientos profesionales, una familia feliz. Pero para muchos, en especial para los jóvenes estadounidenses de hoy, la fama y la influencia son una aspiración o un indicador de éxito. No por nada las marcas buscan voceros famosos para promocionar sus productos; quizás de manera inconsciente asumimos que cuando alguien es famoso, hay que escucharlo.
Winfrey, Swift, Stewart y, sí, incluso Trump han cultivado durante mucho tiempo un tipo de celebridad aspiracional que confiere una serie de beneficios de los que no disfrutan los políticos tradicionales. Considerados por muchos como ricos, exitosos, influyentes y divertidos, su éxito en un ámbito les confiere un efecto halo que hace que la gente asuma que deben tener talento en todos los demás.
Muchas de estas celebridades han pasado por el juicio de las personas (en algunos casos, juicios literales) y por triunfos que han sido muy públicos, con lo que han cultivado una base de seguidores que se interesan por su éxito a nivel personal. Dado que la gente desarrolla “relaciones parasociales” con las grandes celebridades, al creer que de algún modo conocen de cerca a la persona famosa que ven en su pantalla, la conexión emocional entre la celebridad y su público es en esencia diferente a la del político y el votante.
Tras el triunfo inicial de Trump en las elecciones primarias republicanas de 2016 y su posterior victoria para ocupar la Casa Blanca, se habló mucho del papel que desempeñó su condición de celebridad para protegerlo de las críticas de sus rivales. Los intentos de retratarlo como malo en los negocios muchas veces no prosperaron porque eran tan contrarios a la marca que había cultivado por–televisión de magnate excepcional. Peor aún, los intentos de mostrarlo como un bravucón agresivo resultaron contraproducentes, pues solo reforzaron la marca que él ya había creado.
En 2020, cuando comenzó su campaña de reelección, la imagen de Trump como celebridad había quedado eclipsada por la realidad de Trump como presidente. Las valoraciones sobre la actuación de Trump dependían menos de la imagen de marca y más de la vida de los votantes en ese momento. Con los votantes cansados de los trastornos ocasionados por la pandemia de COVID-19, Trump estaba en un empate con Biden sobre quién gestionaría mejor la economía de cara al día de las elecciones.
Sin embargo, a medida que ha pasado el tiempo y el contraste entre Trump y Biden se ha acentuado, los electores ven la presidencia de Trump con mejores ojos en retrospectiva. Hoy, los votantes en los estados pendulares prefieren más a Donald Trump que a Joe Biden en el tema económico por un margen de 20 puntos. La mayoría de los votantes no necesariamente basan sus opiniones en un análisis minucioso de la trayectoria o las posturas políticas de los dos hombres, ni en información detallada sobre los resultados económicos de los últimos ocho años. Más bien, ven a Trump como una historia de éxito, un famoso magnate de los negocios convertido en presidente que gobernó con tasas de interés y de inflación bajas. Los votantes no piensan en las quiebras que ha experimentado, ni en sus impuestos, ni en los resultados económicos desiguales de su mandato. La percepción de Trump como impulsor del éxito económico está resurgiendo.
Al igual que en 2016, los escándalos y arrebatos públicos de Trump tampoco merman sus perspectivas electorales, al menos a corto plazo. Si bien esto puede atribuirse en parte a la opinión de los votantes sobre Biden, la debilidad del actual presidente no explica del todo la resistencia de la marca Trump en el manejo de la economía, a falta de que Trump quizá haya recuperado el escudo que su condición de celebridad le proporcionó durante su campaña inicial hacia la presidencia.
A medida que la imagen de “El aprendiz” se ve más en retrospectiva, resulta un error olvidar que Trump es primero una celebridad y después un político. Casi una década después, sigue sin verse afectado por las mismas leyes políticas de la gravedad que rigen a casi todas las demás figuras políticas, incluidos sus imitadores e impostores republicanos. Si Biden quiere ganar en noviembre, su equipo tendrá que conseguir que los votantes vuelvan a pensar en Trump como político. Por ahora, Trump sigue jugando con las reglas de Oprah.