¿Qué diablos les pasa?
La estigmatización de compatriotas en nuestro principal socio internacional es una emergencia nacional.
En una entrevista radial la semana pasada, me preguntaban si me asombró la rapidez y contundencia de las medidas antimigratorias de la nueva Casa Blanca. ¡Para nada!, respondí, shockeándome más bien que alguien sí hubiera sido sorprendido. Luego, me di cuenta de que el entrevistador no estaba solo y que su pregunta no estaba alejada de una conversación generalizada al respecto. Varios, en distintos medios, mostraron asombro por acciones drásticas, hasta para los estándares de Trump. ¿Sorprendidos? Me pregunto… ¿Qué de todo esto que ahora amenaza no les quedó claro desde antes? ¿En qué mundo viven, qué noticias escucharon? ¿Dónde estaban cuando el aún candidato prometió echar a patadas a los migrantes desde el día uno? ¿Acaso estaban sordos cuando repetidamente los llamó “criminales chupasangre” que “envenenan el tejido de su país”? En serio. ¿Qué pensaban que pasaría, cuando al nada más ser electo ratificó a Stephen Miller, el despiadado arquitecto del depravado plan de separación de infantes “Tolerancia Cero” en su gabinete, y como su “Zar” antimigrante al tosco Thomas Homan, que al ser cuestionado sobre esa política que separó a miles de niños de sus padres —algunos permanentemente— dijo en público que eso “no le importa una mierda”? Se entiende que en política nada es predecible. Pero, por favor. Que las medidas de Trump contra los migrantes fueran así, no es algo que solo el más docto en la materia debió anticipar. Pero, claramente, eso no pasó.
La estigmatización de compatriotas en nuestro principal socio internacional es una emergencia nacional.
Los medios de comunicación se inundaron la semana pasada de noticias relacionadas con las demasiado anticipables medidas encaminadas a mostrar una expulsión de hispanos indocumentados de EE. UU. Pero siento que la prensa local pudo —y debió— hacer más para auditar la situación y la reacción de países como el nuestro, antes de que el caos tocara a nuestra puerta. Y también hasta entre los migrantes mismos —lo insistí muchas veces en las semanas pasadas, bajo riesgo de sonar desquiciado— se notaba confianza entre muchos, que decían creer que nada malo les podría pasar. Ahora, ya con Trump somatando el mundo desde la Oficina Oval, parecen emerger tardías muestras de terror.
Una semana antes de la elección del Norte publiqué la columna “Trump no es para aletargarse”. Urgía al Estado guatemalteco, a tomar acciones acordes a la venidera realidad. Pero el aletargamiento, la pasividad e inactividad, la excesiva confianza, continuaron; y no fue sino hasta hace un par de semanas que el aparato nacional empezó a parecer que empezaría a levantarse del sueño en el que muestran vivir. Hasta cuatro días antes de la toma de posesión de Trump, Cancillería anunció un su plan de comunicación, llamado Guatemala Cerca de Ti, supuestamente dirigido a la población expatriada vulnerable. Pero en su formato, en su lenguaje y en sus recursos, a todas luces es improvisado y carecerá de efectividad; evidentemente hecho para solo tapar el ojo al macho. La Autoridad Migratoria, también va atrás, intentando hasta ahora diseñar un plan de reacción. Uno que triste, pero ciertamente, será insuficiente, estará enclaustrado, encapsulado y visto desde la burbuja gubernamental. El problema de la estigmatización de compatriotas en nuestro principal socio internacional es un problema, es una emergencia nacional. El gobierno históricamente ha tratado esto reactivamente, ineficazmente y solo para mantener apariencias. Tenemos en este Gobierno a gente mejor que la ralea corrupta que antes nos gobernó. ¿Por qué se encapsulan? ¿Por qué, al igual que ellos, presentan bulos, en vez de planificar? ¿Por qué tienen al pueblo tan insatisfecho? En serio. ¿Qué les pasa?