Pluma invitada

Por qué Biden tomó la decisión correcta al frenar la inmigración

Yo me siento conflictuado, atrapado entre mis instintos a favor de los refugiados y un reconocimiento práctico de que el sistema no funcionaba.

Muchos liberales nos encontramos en una posición incómoda con respecto a la inmigración.

La realidad es que no podemos absorber a todo el mundo que quiera entrar.

Durante años, hemos denunciado las medidas draconianas que los republicanos han tomado para prohibir que migrantes desesperados entren al país. Pero el presidente Joe Biden acaba de implementar sus propias medidas severas para reducir la cantidad de solicitantes de asilo, con una estrategia no muy distinta a la del expresidente Donald Trump.

Las nuevas disposiciones podrían ser anuladas en los tribunales, pero mientras tanto muchos miembros de la izquierda están hostigando a Biden. El senador Alex Padilla, demócrata por California, le echó sal a la herida cuando sugirió que Biden estaba copiando del manual de estrategias de Trump: “Al revivir la prohibición del asilo impuesta por Trump, el presidente Biden socava los valores estadounidenses”.

Kica Matos, presidenta del Centro Nacional de Leyes de Inmigración, comentó: “La aceptación pusilánime por parte del presidente Biden de políticas republicanas fallidas es un error que solo causará más daño y disfunción”.

Stephen Colbert provocó al equipo de Biden al imaginar cómo se verá esto en manos de liberales: “Vamos a cerrar la frontera, amigos, pero el muro va a ser libre de gluten y el alambre de púas va a estar a favor del aborto”.

Yo me siento conflictuado, atrapado entre mis instintos a favor de los refugiados y un reconocimiento práctico de que el sistema no funcionaba: hubo un aluvión de cruces ilegales y la ley tenía una laguna que le permitía a la gente solicitar asilo y quedarse en el país por un periodo indefinido sin importar si su experiencia lo justificaba o no.

Yo solo existo porque una familia de Oregón en 1952 patrocinó a mi papá, un refugiado de Europa del Este. Pero, a regañadientes, he ido aceptando que las restricciones que busca imponer Biden están en lo correcto. Déjenme explicarles.

Los liberales, incluyéndome, fuimos orillados a la izquierda por las políticas de Trump en materia de inmigración, desde la llamada prohibición musulmana hasta la separación de familias, ejecutada de manera tan descuidada que a veces no se pueden localizar a los familiares. Más de tres años después de que Trump salió de la Casa Blanca, unos 1200 niños migrantes todavía no se han reunido con sus familias, lo cual es una vergüenza para nuestra nación.

Dicho esto, no creo que la solución sea abrir las puertas de la frontera de par en par.

Con demasiada frecuencia, los estadounidenses vemos el tema de la inmigración como una cuestión binaria. Estamos a favor o en contra. En realidad, la inmigración debería verse como un sintonizador que ajustamos.

Por más que creamos en la inmigración, no vamos a recibir a los 114 millones de personas que han sido desplazadas a la fuerza en todo el mundo, por no hablar de los casi 1000 millones de niños que se estima sufren algún tipo de carencia grave a nivel mundial. Debemos conformarnos con aceptar a una fracción de quienes anhelan entrar al país, y determinar esa fracción es la cuestión política que debemos resolver, con muchas soluciones intermedias a considerar.

En general, la inmigración ofrece beneficios importantes al país, y los empleadores y las personas adineradas tienen una ventaja particular: los inmigrantes reducen los costos laborales para la gente que contrata jardineros o cuidadores. Pero los estadounidenses más pobres se pueden ver afectados por la competencia de los inmigrantes, pues disminuye sus salarios, aunque los economistas no han llegado a un consenso sobre la magnitud de ese impacto.

Mis opiniones sobre este tema están muy influenciadas por un libro fantástico que escribió mi colega de The New York Times, David Leonhardt, titulado: “Ours Was the Shining Future”, que examina muchos estudios sobre el impacto de la inmigración en los salarios. Leonhardt concluyó que la inmigración no era la razón principal detrás del estancamiento de los ingresos entre los trabajadores con bajos niveles educativos en los últimos cincuenta años, pero que sí era un factor secundario de suma importancia.

Pienso en un vecino mío, un hombre que seguramente abandonó sus estudios en el séptimo grado y que en la década de los setenta ganaba más de 20 dólares la hora (alrededor de 150 dólares la hora en la actualidad). Ese empleo desapareció, y él terminó en puestos de medio tiempo y salario mínimo y perdió su casa. Le afectaron muchos factores —el declive de los sindicatos, la globalización y el impacto de la tecnología— pero también se vio superado por varios inmigrantes, quienes se han ganado la reputación de ser trabajadores diligentes.

A menudo se dice que a los estadounidenses nacidos en el país no les interesan los trabajos que aceptan los inmigrantes, pero esa no es toda la historia. Muchos ciudadanos estadounidenses quizá no estén dispuestos a trabajar en el campo o en una construcción por 12 dólares la hora, pero tal vez sí lo harían por 25 dólares la hora.

En una época en la que tantos estadounidenses de clase trabajadora ya están rezagados, por lo que se automedican, y que mueren por consumo de drogas, alcohol y suicidio, ¿no deberíamos tener cuidado de no infligirles aún más dolor mediante políticas migratorias?

También es posible que los inmigrantes que llegaron hace relativamente poco se vean afectados por los inmigrantes recién llegados, lo cual ayuda a explicar por qué el Centro de Investigaciones Pew halló que tres cuartas partes de los estadounidenses latinos consideran que la cantidad cada vez mayor de gente que quiere entrar al país por la frontera sur es un “problema grave” o una “crisis”.

Algunos votantes de clase trabajadora se sienten traicionados por los demócratas que abogaron por abrir las fronteras, y puede que haya un elemento de xenofobia o racismo en este enojo, pero también hay un elemento de verdad. Estados Unidos les dificulta a los médicos extranjeros ejercer su profesión en el país, lo cual protege a los doctores nativos de la competencia. Pero es relativamente fácil para los inmigrantes menos cualificados trabajar en Estados Unidos, lo que resulta en la disminución de los salarios de nuestros trabajadores más vulnerables.

También he reflexionado sobre los incentivos que creamos sin quererlo. En los poblados de Guatemala, he visto familias preparadas para mandar a sus hijos a la peligrosa travesía hacia Estados Unidos, y me temo que las políticas laxas de inmigración motivan a la gente a arriesgar su vida y la de sus hijos en ese viaje.

Por supuesto que la política es un motivo central para las medidas que toma Biden, pero eso no significa necesariamente que esté equivocado. Además, la frustración con respecto a la inmigración hace más probable que Trump gane la Casa Blanca y que sus republicanos simpatizantes dominen el Congreso y la Corte Suprema. Eso es algo que la izquierda debería considerar un desastre que vale la pena tratar de evitar.

De un modo u otro, una sociedad enfurecida cambiará por fuerza la inmigración. Lo ideal sería que esto proviniera de una exhaustiva reparación legislativa a nuestro sistema disfuncional, pero Trump y los republicanos ya bloquearon ese camino este año. Dadas las opciones que tenemos, yo confío en que Biden, más que Trump, adopte políticas más estrictas que sigan siendo sensatas y no demonicen a los refugiados.

¿Será que, como el pueblo de una nación de inmigrantes, estamos cerrando la puerta detrás de nosotros? En cierta medida, sí. Pero la realidad es que no podemos absorber a todo el mundo que quiera entrar, y es mejor que personas razonables cierren la puerta de manera ordenada.

Así que, aun como hijo de un refugiado, creo que, en general, Biden tomó la decisión correcta al frenar el acceso al asilo.

c.2024 The New York Times Company

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