Catalejo
Poner a la disposición no equivale a renunciar
El caso Samayoa y sus detalles terminó con la renuncia del funcionario y fue una prueba adicional de poca capacidad de raciocinio.
El caso de Oswaldo Samayoa, cabeza de la Comisión de Derechos Humanos, debe ser analizado en referencia sobre todo a sus errores cuasi infantiles al haber agregado al personal a una joven cercana sentimentalmente a él. De igual manera, en vista de sus palabras cuando se dio cuenta de la debilidad de su posición y haber declarado su decisión de poner “su cargo a disposición” de Bernardo Arévalo, quien lo había escogido. El ciudadano tiene tres niveles de vida: pública, en la calle; privada, en la casa, e íntima, en la alcoba. La prensa está limitada a cubrir sólo la pública. Pero cuando un funcionario rompe esos límites y mezcla las tres, crea un área al alcance de la tarea periodística. Los funcionarios deben tener las pocas neuronas suficientes para saberlo.
El caso Samayoa y sus detalles terminó con la renuncia del funcionario y fue una prueba adicional de poca capacidad de raciocinio.
Esta libertad periodística es necesaria porque esas aventuras son financiadas con dinero estatal. Tienen la obligación de saberlo. Samayoa no tuvo un simple resbalón cupidesco ni una “desviación estética”, sino cometió una tontería de quinceañero en una entidad de materia importante que despierta el interés ciudadano. Todos los cargos públicos de nombramiento, no de elección, incluyen varias normas, pero de elemental lógica y por ello perpetrar una o varias acciones cuyo calificativo entra en la estupidez humana, la única salida es la renuncia. Se van, se deben ir, por haber metido la pata desde la punta del pie hasta el glúteo. Ese castigo del despido, en realidad resulta ser una especie de suicidio. Ni siquiera es un tiro de gracia para un fusilado.
Cuando Bernardo Arévalo fue preguntado acerca del caso, no reflexionó en no tener alternativa al despido inmediato y mostrar rechazo a frase “poner a disposición” porque ello demuestra en quien lo hace su convencimiento de ser inocente o de no haber cometido una falta cuya única sentencia es el despido. El mandatario cometió otro error: anunciar investigaciones y “prometer una decisión para dentro de dos días”, porque en ocasiones dar el beneficio de la duda se puede interpretar como una manera oculta de apoyo. No fue necesario porque Samayoa, presionado o no, presentó tardíamente su renuncia y ello redujo el efecto de un nuevo escándalo. Hay otro caso parecido: la capilla erótica construida en el Congreso para solaz y esparcimiento de algunos.
Necesaria etiqueta oficial
La fotografía de Bernardo Arévalo con un “sute” de cofrade de Chichicastenango, (no un pañuelo colorido) pone en el tapete el tema de la etiqueta de la vestimenta, sobre todo del presidente, pero también del gabinete y de funcionarios nombrados o (los diputados). No soy experto en el tema, me he enterado del significado cultural, social y religioso, pero el simbolismo en las culturas merece respeto y se debe entender. En este caso no es una tela bordada y multicolor decorativa sino la representación de ideas o signos derivados, enraizados y forjados con el paso del tiempo. El sute chichicasteco, como los collares k´ekchís de las Verapaces, han estado por medio milenio, y no se justifica utilizarlo en una actividad con una abierta y fuerte motivación política. La etiqueta política no se refiere a personas sino a cargos, y depende del tipo de actividades y del lugar. Por ejemplo, cómo vestir en una visita a la costa sur, al altiplano, a los municipios de clima frío. Se puede emplear la guayabera, cómoda y elegante, como se utiliza en países tropicales cercanos, pero no el traje blanco con corbata negra, pues ese color no es utilizado así por los hombres guatemaltecos. Los sombreros también deben escogerse bien. Últimamente se ha adquirido la costumbre de dejar de cumplir estas reglas, a fin de lograr “acercamiento” a la ciudadanía. No se logra. Los expertos en formas de vestimenta tienen motivos para existir y ser contratados, pero debe hacerse con la intención de aplicar sus criterios y así mantener, sobre todo, la obligatoria elegancia.