Palabra/Persona y esperanza
“Ante la Palabra, que callen toda las demás palabras” (Cardenal G. Ravasi).
En la Buena Noticia de mañana, Domingo de la Palabra de Dios indicado por Papa Francisco para “acrecentar el aprecio por la divina Palabra”, Jesús entra a la sinagoga de su tierra de crianza, Nazareth, y toma parte de las “lecturas”: según el calendario judío, la primera —no sabemos quién la leyó— era Deuteronomio 18,18: “Levantaré un profeta de entre tus hermanos y pondré mis palabras en su boca”. Jesús, como invitado especial, lee la segunda: Isaías 6, 1-3: “El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido”. Cuando dice luego: “Esta escritura se cumple hoy” (Lucas 4, 16ss) se refiere a ambas lecturas: Él es la respuesta a la esperanza de Israel en un profeta de “entre tus hermanos”, y, claro, su profecía es el “año jubilar, de remisión, de perdón, de gracia”. Así, la Palabra de Cristo —en el Evangelio— es el mismo Cristo/Palabra en su persona.
La Palabra de Cristo —en el Evangelio— es el mismo Cristo/Palabra en su persona.
Mañana pues, conviene recordar: a) La Sagrada Escritura en cuanto “conjunto de 73 libros o biblia” (biblía en el plural griego), no es la Palabra —con mayúscula—, sino que contiene esa Palabra: es un lugar de encuentro con ella (Aparecida 246-248). Adorar de forma idolátrica lo “escrito” y usarlo de modo fundamentalista —literalmente y sin interpretación— sería como ir a Belén, venerar los pañales del Niño Jesús y dejarlo tirado de lado. Tal uso lamentable de la Palabra divina se ha tornado actualmente en eslogan político, anzuelo de los falsos profetas y hasta ladrillo o bala contra el prójimo, b) Conviene por tanto distinguir que cuando el Señor afirma que la “Escritura se cumple hoy” se refiere a su misma persona: Él “es la Palabra” y no una idea o mensaje, sino “el Verbo de Dios hecho carne” (Juan 1, 14) y no libro, c) La ruptura con la explicación del Magisterio de la Iglesia ha provocado —según san Jerónimo— que cualquiera diga lo que se le antoja, empobreciendo la Palabra divina: ya en la segundo texto de mañana, San Pablo alude a “diversidad de ministerios, de servicios” (1 Corintios 12, 1ss) uno de los cuales es “la enseñanza” (Efesios 4, 11-24).
Se invita a los cristianos de todas las denominaciones a “tener afecto personal” por la Palabra, pero no por el escrito, el cual, sin desmerecer respeto —el rito de entronización de la Biblia está permitido mañana— nunca debe ser instrumento de motivación a la violencia o a la ganancia de predicador. Sobre todo, mañana se manifiesta aquella “esperanza” que provoca la Palabra en los ambientes humanamente más empobrecidos, injustamente “desechables” como dice Papa Francisco, y sobre todo “víctimas de las nuevas cadenas o esclavitudes” de la droga, el tráfico de personas, las “guerras justas” y sus genocidios. Sobre todas y cada una de tales situaciones que en Año Jubilar de la Esperanza 2025 y siempre, que la Palabra “habite en lo corazones con toda su riqueza” (Colosenses 3, 16) y sea ancla segura —pues “ella no defrauda” (Romanos 5, 5)— para vencer la desesperación del mundo y cuestionar la falta de unidad de los cristianos en la reciente semana de oración por ella. Una Palabra en fin, persona viva, inseparable de su cumplimiento en la Santísima Eucaristía —la Palabra hecha carne en el seno de María, Madre de la Esperanza— delante de la cual, antes que hablarla mucho, conviene escucharla en silencio como ante una persona real: “Ante la Palabra, que callen toda las demás palabras” (Cardenal G. Ravasi).