NOTA BENE

Nombrar y avergonzar

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Suponga que un profesor sospecha que Juan cometió plagio en un ensayo. Él puede mortificar a Juan públicamente y usarlo de chivo expiatorio. Sería efectiva esta táctica si Juan realmente plagió su ensayo y se arrepiente, si el profesor goza de prestigio, y si el público evalúa como grave la ofensa. En cambio, cosecharía pocos frutos en un ambiente académico laxo en el cual la mayoría tolera el plagio. Tampoco funcionaría si percibimos que el profesor humilla a Juan desde su posición de autoridad para sacar ventaja personal de la situación.

Otro ejemplo es Amnistía Internacional, organización que nombra y avergüenza a países; espera que los gobiernos acusados de violar los derechos humanos traten mejor a sus ciudadanos. Sin embargo, se hacen de oídos sordos las autoridades de los países peor evaluados, como Siria, Rusia, Arabia Saudita y China. Prefieren ser temidos dentro y fuera de sus fronteras que congraciarse con la oenegé. A veces los acusados reaccionan violentamente: Arabia Saudita amenazó a Estados Unidos con castigos económicos porque insinuaron que los sauditas habían dado muerte al periodista Jamal Khashoggi. Por otra parte, Amnistía Internacional pierde puntos por su reputación de juzgar selectivamente a países, en función de sus inclinaciones izquierdistas.

' ¿Funciona esta táctica?

Carrol Ríos de Rodríguez

Vemos, pues, que la estrategia de nombrar y avergonzar se emplea contra individuos, organizaciones o países. El proceso impacta en tres actores distintos: el acusado, el acusador y el público. El acusado tendría que sentir una profunda contrición y cambiar de actitud, movido por los reproches y la exclusión social que acarrea el señalamiento. En principio, el acusador tendría el incentivo de dar ejemplo de aquello que exige a quien avergüenza. Y, finalmente, el público querría evitar ser objeto de una paliza social como la suministrada al acusado.

En la práctica, el proceso de nombrar y avergonzar es riesgoso. No solo es posible provocar una reacción indeseada, sino que también es común el “postureo ético”. Esto ocurre cuando el acusador no tiene un interés real en la virtud o la transparencia, sino que busca aparentar. Daniel Ortega, de Nicaragua, podría acusar a Nayib Bukele, de El Salvador, de irrespetar los derechos de sus ciudadanos para mejorar su propia imagen ante sus gobernados. Semejante condena es indignante viniendo de boca del dictador Ortega, aun si fuera cierto que Bukele comete abusos.

El postureo ético también se emplea para dañar a un rival o enemigo, como suelen hacer candidatos políticos inmersos en una campaña electoral. La demócrata Hillary Clinton llamó “deplorables” a los seguidores de su contrincante, Donald Trump, implicando que su ética era superior, pero le salió el tiro por la culata.

Así, algunos académicos opinan que los procesos de nombrar y avergonzar se prestan a la paradoja de la politización y pueden redundar en actitudes desafiantes, en lugar del cumplimiento.

Considero que en Guatemala no ha sido tan eficaz esta táctica. La población expresa reservas respecto de la lista Engel, las tachas a postulantes a cargos públicos y la lucha contra la corrupción. ¿Es realmente virtuoso quien acusa, o su conducta es igual de turbia? ¿Quien acusa tiene agenda escondida? ¿Están politizados o ideologizados los dedos acusatorios? ¿Los acusadores transgreden la soberanía nacional? ¿Cómo deciden quiénes pertenecen a la lista Engels o al pacto de corruptos, y quiénes se salvan? ¿La ciudadanía es ambivalente ante algunas de las prácticas señaladas, como, por ejemplo, a las mordidas para agilizar un trámite? ¿Se ha abusado tanto de esta práctica que ya pocos parpadean o se avergüenzan si son cuestionados?

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).