Aleph

No es solo cuestión de olvidar

Y pregunto: al final ¿la desaparición forzada de la niñez nos hizo un mejor país?

Tenía solo 14 años. Era el 6 octubre de 1981. Dos hombres armados entraron a su casa sin siquiera una orden judicial, lo engrilletaron a un sillón, le pusieron masking tape en la boca y luego uno de los hombres lo sacó de allí. Su madre fue arrastrada, empujada y golpeada por otro hombre que registraba toda la casa a su paso. Cuando estaban por irse, ella vio cómo a su hijo le cubrían la cabeza con un saco, lo ponían en la parte de atrás de un pick up, con placas que luego se confirmarían como de la tenebrosa G2. Ella, a sus 90 años, aún lo busca.


Y pregunto: al final ¿la desaparición forzada de la niñez nos hizo un mejor país?

No fue sino hasta el 2004, cuando el Estado de Guatemala reconoció, parcialmente, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos su responsabilidad en la desaparición de Marco Antonio Molina Theissen y se comprometió a buscar a la víctima, así como a investigar y sancionar a los autores intelectuales y materiales del hecho. Hoy, él sigue desaparecido y cuatro militares fueron condenados en 2018 por desaparición forzada y delitos contra la humanidad: Benedicto Lucas, Francisco Luis Gordillo Martínez, Manuel Antonio Callejas y Hugo Ramiro Zaldaña Rojas. Este último, además, fue el torturador y perpetrador de violencia sexual contra Emma, la hermana de Marco Antonio, durante el tiempo en que fue oficial de Inteligencia del cuartel militar donde la mantuvieron cautiva por varios días.  Sin embargo, los primeros tres fueron premiados con medida sustitutiva en 2023 y el último sigue intentando ser también favorecido. Este evidente litigio malicioso contra la familia Molina Theissen hace que el caso siga impune y sin sentencia firme.

Por cosas y casos como este, la elección de cortes nos importa, así como un Ministerio Público que esté del lado de la justicia y no de la corrupción e impunidad. Marco Antonio sigue siendo, para mí, el niño del relato y, según diversos testimonios, un adolescente alegre, lleno de vida e ilusiones, un estudiante magnífico y optimista, que dibujaba y construía todo el tiempo, porque soñaba ser ingeniero en el país que imaginaba. Él formó parte de la niñez desaparecida entre 1979 y 1983, cuando se mutiló la primavera en este país. Según el REMHI, de cada cien personas que fueron asesinadas, torturadas, desaparecidas y/o violadas, aproximadamente 18 eran niñas, niños y jóvenes (ODHAG, 2006:15). Esto fue confirmado por la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH).

En el informe Hasta Encontrarte: Niñez desaparecida por el conflicto armado interno en Guatemala, de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, se señala que, en la mayoría de los casos de desaparición forzada que se conocen, el autor material e intelectual de los hechos fue el Ejército de Guatemala, actuando directamente o con la colaboración de las fuerzas paramilitares de entonces. El 92% de los casos de niñez desaparecida fue responsabilidad del ejército, otro 3% del ejército en conjunto con las Patrullas de Autodefensa Civil, y el 2% de la guerrilla. Del restante 3% de los casos, se desconoce la autoría.

Cabe recordar que, en el año en que desapareció Marco Antonio, el presupuesto de Defensa superó a todo el gasto social, lo cual impactó profundamente a nuestra sociedad. Entre 1980 y 1985, el Ministerio de Defensa (sin incluir Gobernación) pasó de conformar un 9.3% de gasto del Estado guatemalteco a un 21%. (Thomas Scheetz, Gastos Militares en Guatemala: Su Impacto Fiscal y Macroeconómico: 1969-1995). Y pregunto: al final ¿la desaparición forzada de la niñez nos hizo un mejor país? ¿La normalización de la actual violencia sexual no es, en mucho, un legado de la violencia sexual ejercida durante el conflicto armado? ¿Hay ahora más justicia, menos impunidad y corrupción, menos desnutrición, más educación? ¿Hay menos narcos o maras? Salir de pasados oscuros no es solo cuestión de olvidar; hay que construir una sociedad, como soñaba hacerlo Marco Antonio, sobre principios tan profundos como la paz, la justicia, el diálogo respetuoso, la esperanza y la verdad. O volveremos, una y otra vez, al mismo lugar.  

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.