Mirador

Navidad, tiempo de olvido

Entre villancicos, convivios, críticas de amigos, y algunos tragos de más, soportamos el chaparrón y nos contentamos con decir que antes todo era peor.

Con ese especial encanto de las celebraciones ruidosas y multitudinarias, pero también con una hipocresía fuera de toda duda, las fiestas navideñas permiten un impune borrón y cuenta nueva. Se termina un año —del que se quiere recordar poco— y se inicia otro, en el que se hacen idénticos planes, a ver qué ocurre. Una suerte de contumacia histórica que ya supera los dos siglos, y que permite poner el contador a cero sin padecer ni sufrir mucho por el recorrido.


Seguramente no recordamos el inicio de este año, con la esperanza de emprender un nuevo camino, alejado de la corrupción y mínimamente eficaz en las decisiones públicas. Expectativas que, como todos los años, se traducían en buenos deseos y aspiraciones y que, como todos ellos, vemos frustradas 365 días más tarde. ¡Definitivamente somos dignos de estudio! Si hacemos un rápido balance político, probablemente no sepamos qué decir de los logros de ministerios como el de Agricultura, Cultura y Deportes, Desarrollo Social, Economía, Energía y Minas, Ambiente y Recursos Naturales, Trabajo y Previsión Social o Relaciones Exteriores. De los otros, hemos escuchado hablar del de la Defensa Nacional y de Salud Pública, pero posiblemente tampoco podamos colgarles medalla alguna. De los restantes, Gobernación cuenta la activación de una prisión para reclusos peligrosos, Finanzas nos ha endeudado hasta el cuello con los pactos presupuestarios más caros de la historia; Comunicaciones, con tres ministros, no ha sido capaz de arreglar la famosa autovía a Palín, aunque parece reiniciará sus reparación en febrero del próximo año; y Educación ha pintado varias escuelas, lo que repite incansablemente como el logro del siglo. ¡No se desilusione, porque apenas hemos comenzado!

Seguramente no recordamos el inicio de este año, con la esperanza de emprender un nuevo camino, alejado de la corrupción y mínimamente eficaz en las decisiones públicas.


A la cabeza de ese despropósito administrativo, un presidente que sigue manteniendo el mayor salario de los mandatarios latinoamericanos, con un fotógrafo personal que devenga Q30 mil mensuales y que, con enorme pasividad y aquiescencia, ha permitido que hijos, amigos, parientes, novios o cercanos a personas del partido cuenten con jugosos contratos como “personas de confianza”, mientras el resto de jóvenes —sus hijos o los míos— no pueden optar a una plaza pública porque se siguen otorgando a dedo. ¡Una moral laxa! Los legisladores, mayoritariamente sinvergüenzas, aprueban leyes que benefician a quienes financiaron sus curules o se suben el sueldo y se otorgan indemnización antes de irse de vacaciones con más de Q12 mil millones concedidos a los inútiles, mafiosos y corrompidos Consejos de Desarrollo, que los gastaran a placer durante el 2025, porque una nueva ley así se lo permite.


El Poder Judicial —que pactaron elegir y se felicitaron por ello— actúa de idéntica manera a como lo hacía aquel otro que querían cambiar porque era producto de mafias anteriores. Los sindicatos y grupos de presión aprovechan el río revuelto y se recetan nuevos bonos como ese del Ministerio de Finanzas denominado “bono de impulso económico”, por Q4 mil 500, que pagamos con nuestros impuestos y que podríamos gastar a placer si no nos lo quitaran para otorgarlo caprichosamente mediante el chantaje habitual de fin de año.


Entre villancicos, convivios, críticas de amigos, y algunos tragos de más, soportamos el chaparrón y nos contentamos con decir que antes todo era peor, y que ahora ya no hay corrupción. Recordamos a los malvados Giammattei, Morales, Pérez…, y nos remontamos hasta el inicio de la era democrática nacional, pensando que ¡por fin superamos los problemas! Somos almas impuras, niños de pecho, púberes felices jugando en un kínder nacional, pero frustrados, incapaces, y sobre todo conformistas con una triste situación que permitimos y que periódicamente refrendamos para repetir el ciclo. ¡Pues feliz Navidad entonces!, y hasta el año que viene.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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