PLUMA INVITADA

Nadie quiere decir ‘no más hamburguesas’, pero deberíamos hacerlo

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La Tierra está en medio de la peor extinción masiva desde que un asteroide aniquiló a los dinosaurios hace 66 millones de años y, esta vez, el asteroide somos nosotros. Los seres humanos están desplazando a las demás especies del planeta a un ritmo sin precedentes, un desastre en el que se centra la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad, conocida como COP15, a celebrarse esta semana en Montreal. Somos una amenaza única, pero al menos tenemos una capacidad única para reconocerlo y hacer algo al respecto.

' Los gobiernos pueden comprometerse a prohibir el desbroce, pero, cuando su pueblo sienta hambre, la tierra se desbrozará.

Michael Grunwald

Por supuesto que el primer paso hacia la recuperación es admitir tu problema y el borrador de un plan de la conferencia advierte de antemano que un millón de especies se extinguirán si no enmendamos el rumbo. Sin embargo, aunque los delegados en Montreal señalen a todo como la causa, desde los plásticos y los pesticidas hasta las especies invasoras, la pérdida de biodiversidad no es un misterio tan complicado.

El problema básico es que hemos convertido la mitad de las tierras habitables de la Tierra en tierras agrícolas. Estamos destruyendo y degradando los hábitats de otras especies para cultivar alimentos para la nuestra.

Esto quiere decir que el destino de los insectos, conejos y otras criaturas y bichos del mundo —y lo que queda de los bosques, humedales y otros hábitats que estos consideran su hogar— depende más que nada de lo que nos llevamos a la boca y de cómo esto se produce. Por desgracia, decirle a la gente qué comer y a los agricultores cómo cultivar son tareas desagradables a nivel político, lo cual sirve para explicar por qué los chismeríos como la COP15 tienden a ocultar el problema bajo una ensalada de palabras.

El punto crucial es que, si las tendencias alimentarias y agrícolas actuales se mantienen, para 2050 el mundo habrá desbrozado al menos una superficie equivalente a la India más otra cuarta parte de ese territorio. Esto será un desastre para el clima y la vida silvestre y condenará a ecosistemas ricos en carbono y biodiversidad como las selvas de la Amazonia y el Congo.

Por lo tanto, más vale que esas tendencias alimentarias y agrícolas no continúen. La humanidad debe empezar a reducir su huella agrícola y ampliar la natural, tras miles de años de hacer lo contrario.

Será un reto extraordinario, porque también tendremos que producir más de 7400 billones de calorías adicionales cada año para alimentar a nuestra población creciente, en una época en la que las sequías, las olas de calor, las inundaciones y las plagas a causa del clima podrían dificultar el cultivo de los alimentos.

También podemos entender por qué las promesas para conservar la tierra o promover productos “libres de deforestación” pueden sonar huecas. Los gobiernos pueden comprometerse a prohibir el desbroce, pero, cuando su pueblo sienta hambre, la tierra se desbrozará. Algunas empresas tal vez firmen acuerdos para evitar la soya o la carne de res procedentes de tierras recién deforestadas, pero no servirá de mucho si otras empresas siguen comprando soya o carne de res procedentes de tierras recién deforestadas.

Si el Homo sapiens habla en serio sobre la limpieza del desastre que les estamos dejando a especies menos influyentes, hay cuatro cosas que tanto los individuos como las naciones y las empresas pueden hacer.

La primera es comer menos carne, lo cual sería mucho más fácil si la carne no fuera tan querida y deliciosa. Limitar el acceso a las hamburguesas con queso puede hacer que los políticos se jubilen, así que no es casualidad que el borrador de Montreal mencione el cambio de dieta solo de pasada en su decimosexto objetivo. Sin embargo, la verdad incómoda es que cuando comemos vacas, pollos y otros animales del sector agropecuario, perfectamente podríamos estar comiendo guacamayas, jaguares y otras especies en peligro de extinción.

Esto se debe a que el ganado consume mucha más tierra por caloría que los cultivos. La producción de carne de res requiere 100 veces más tierra que el cultivo de papas y 55 veces más que los guisantes o los frutos secos. En la actualidad, el ganado utiliza casi el 80 por ciento de todas las tierras agrícolas, mientras que produce menos del 20 por ciento de todas las calorías. El ganado es el principal motor de la deforestación en la Amazonia, seguido de la soya, otro producto básico, con el que se alimenta a cerdos y pollos.

Se espera que el consumo de carne aumente en el mundo de manera dramática cuando miles de millones de pobres salgan de la pobreza. Si los estadounidenses siguen consumiendo un promedio de tres hamburguesas a la semana mientras el mundo en desarrollo comienza a seguir nuestro camino, es difícil encontrar la manera de que sobreviva la Amazonia.

Sin embargo, al menos es posible reducir la huella agrícola cambiando nuestra dieta hacia la carne elaborada sin ganado, como los sustitutos vegetales o quizá algún día “carne cultivada” a partir de células animales.

Lo siguiente que debemos hacer es desperdiciar menos comida. Alrededor de una tercera parte de los alimentos cultivados en la Tierra se pierde o se desecha antes de llegar a nuestras bocas, es decir que también se desperdicia una tercera parte de la tierra (así como el agua, los fertilizantes y otros recursos) que se utiliza para cultivar esos alimentos. No obstante, el texto de Montreal solo incluye una mención de la necesidad de “reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita en el mundo”, sin ninguna sugerencia sobre los cambios tecnológicos, conductuales y políticos que podrían ayudar a alcanzar un objetivo tan ambicioso.

Cada hectárea de tierra en la Tierra importa, porque necesitamos con urgencia cultivar más alimentos, proporcionar hábitats para más flora y fauna autóctonas y almacenar más carbono para limitar el cambio climático. Y por eso es tan descabellado utilizar la cantidad limitada de tierra en el planeta para cultivar combustible. La tercera manera de mitigar la escasez mundial de tierras sería dejar de utilizar las tierras agrícolas productivas para biocombustibles como el etanol y el biodiésel —y dejar de quemar árboles para producir energía—, pero el plan de Montreal ni siquiera aborda el tema.

De hecho, existe un impulso mundial para ampliar el dominio de la bioenergía sobre la tierra. Un nuevo artículo publicado en la revista Nature calcula que las nuevas políticas de la Unión Europea podrían acabar con la mitad de las praderas más biodiversas del continente y desviar una quinta parte de sus tierras de cultivo a cultivos energéticos, lo cual provocaría un desbrozamiento de tierras en el extranjero para sustituir los alimentos faltantes. La UE también promueve las plantas eléctricas que queman leña, una receta para la tala masiva de bosques en todo el mundo.

Los intereses agrícolas y forestales tienen tanto poder político que las iniciativas de los gobiernos para aumentar la demanda de cultivos y madera suelen considerarse intocables. No obstante, si la biodiversidad es una prioridad real, no pueden serlo.

Por último, si queremos reducir nuestra huella agrícola lo suficiente como para detener la deforestación y, con suerte, restaurar algunos ecosistemas degradados para que puedan volver a servir como hábitats de vida silvestre y depósitos de carbono, los agricultores tendrán que aumentar lo suficiente sus cosechas como para producir muchos más alimentos con mucha menos tierra. Y, aunque la Revolución Verde del siglo XX aumentó las cosechas mediante el uso de fertilizantes fósiles, pesticidas tóxicos y otras innovaciones perjudiciales para el medioambiente, el siglo XXI necesitará otras más ecológicas que puedan aumentar la productividad sin arruinar el planeta.

Una vez más, esto no parece ser una prioridad en Montreal. Se ha prestado mucha más atención a la “agricultura regenerativa”, la “agrosilvicultura” y otras alternativas, más suaves que producen menos cosechas, a la agricultura industrial intensiva que pueden mejorar la biodiversidad de las tierras de cultivo. El problema es que pueden necesitar más tierras de cultivo para producir la misma cantidad de alimentos, lo cual aceleraría la destrucción de las tierras naturales que tienen mucha más biodiversidad de lo que tendrán las tierras de cultivo… y absorben mucho más del carbono que atrapa el calor en nuestra atmósfera sobrecargada.

La Tierra tiene ahora más de 4800 millones de hectáreas de tierras agrícolas, una superficie dos veces mayor que Norteamérica. Añadir más es el modo más seguro de acabar con más especies… y quizá, algún día, con la nuestra.

 

*c.2022 The New York Times Company

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