RINCÓN DE PETUL
Nada había en común, solo una cosa
Morenos y blancos; había hombres y mujeres. Ricos y pobres, indígenas y ladinos. Se miraban comerciantes, formales e informales, profesionales, estudiantes; letrados e iletrados. De todo había entre los que estábamos allí. Muchísimo joven. Pero no solo ellos. Las edades estábamos todas representadas. En especial, me conmovió una señora septuagenaria que, desde la inmovilidad de su silla, entre la multitud que saltaba, alzaba sus brazos lo más alto que podía, al son de los tambores rítmicos que nos hacían mecer. Feliz algarabía. Probablemente había afiliados al Movimiento Semilla y quienes los apoyaron desde hace tiempo. Entre tantos, un grupo a quienes mi hijo divisó. Amigos del grupo estudiantil Landivarianos, que promueve posiciones cívicas entre la juventud. “Papa”, me dijo, “ahora regreso”. Seguí con la mirada cómo se filtró entre el tumulto hasta finalmente llegar a ellos. Casi se tumban al suelo del abrazo en frenesí. Un éxtasis que lo político rara vez motiva. Pero, pensaría que la gran mayoría presente no éramos fieles seguidores. Más, la gente, en espléndida fiesta, auténtico pueblo y espontánea celebración del primer vislumbro de esperanza de un algo que representa.
' Revertir el estado de corrupción es el reclamo que unificó para llevar a Arévalo a la presidencia.
Pedro Pablo Solares
La noche del 20 de agosto, cuando el panorama de la elección se aclaró marcando una victoria apabullante del binomio Arévalo-Herrera, decidimos ir a contagiarnos con un poco de entusiasmo, a donde fuera que hubieran organizado los vencedores. Pero nos topamos con que no había celebración formal ni oficial. De repente, empezaron a salir vídeos mostrando que gente, sedienta de celebración, por puro ímpetu o impulso, tomaron camino hacia la plaza del Obelisco. Llegar nos fue difícil, por el gran tráfico que formamos todos los carros buscando el mismo lugar. Banderas salían de las ventanas que iban bajas. Nos veíamos todos las caras. Las bocinas sonaban, como respondiéndose las unas a las otras. La gente no se conocía entre sí, pero sobraban las sonrisas en complicidad. ¡Hasta los carros se daban vía! No pretendo exagerar el ambiente, ni hacer propaganda a favor de algo que no pertenezco. Esto que escribo es lo que se veía.
Y ya estando ahí, en especial cuando noté lo heterogénea que era esa masa vitoreante, recordé a la gran revolución, la de 1944, y cómo cuentan que también ese no fue solo un alzamiento de los estratos más populares, como a veces se ha tendido a retratar. Sino, más bien, un consenso transversal a través de una multitud de estratos ciudadanos, unidos todos contra un enemigo común, cuya infinita mezquindad elevó el repudio hasta lo más alto del hastío generalizado. Entonces, en aquel lejano pasado, contra una tiranía despótica que tenía inmisericordemente engrilletado al país. Y hoy, contra el aparato instalado para el robo descarado y la toma de la institucionalidad, para saquear y esquilmar todo lo que se pone frente a su codicioso alcance. En ambos casos, un pueblo —podríamos decir— modoso, ha tardado demasiado en reaccionar como es debido. En otras partes del mundo, mucho menos les hubiera durado ese exceso de paciencia.
Muchos reclamos legítimos pendientes hay que jamás fueron atendidos por quienes se instalan para aprovecharse del estado de las cosas. Y quisiera uno que gobernantes más democráticos los atendieran con la premura que demandan. Pero no creo equivocarme al asegurar que empezar a revertir el estado de corrupción es el reclamo que unificó a la sociedad para llevar a Arévalo a la presidencia. Fue ese el gran motivo que llevó a tanta gente, tan diversa, a constituirse en masa representativa y heterogénea el domingo pasado en la plaza del Obelisco. Un alzamiento que, al igual que el partido que lo impulsó, nació de aquel 16 de abril de 2015, cuando altos funcionarios fueron vinculados en la acusación del caso La Línea. Quizás, tras el fenecimiento de CICIG y las defraudantes elecciones en 2015 y 2019, la esperanza cayó. Pero seguramente no murió. Había que estar ahí para sentir cuánto fervor hubo en el Obelisco. Para ver cuán diversa era la multitud, y notar que nada tenían todos en común, más que tan solo esa cosa: Es el llamado por que se inicie a reducir la corrupción. Gente decente que no la alimente y la enfrente. Vaya tarea la que tiene por delante, presidente electo Arévalo.