LA BUENA NOTICIA
Ministro pecador
Los ministros de culto nos contagiamos de la sacralidad de la divinidad a la que servimos. En el cristianismo, tanto los sacerdotes católicos como los pastores evangélicos gozan de estima, aprecio y consideración, que en algunos casos se confunde con la honra, el honor y la gloria debidos solo a Dios y a Jesucristo. Lo grave es que, en ocasiones, sacerdotes y pastores aceptamos la confusión para ejercer la autoridad de modo arbitrario y rodearnos de lujo y arrogancia con las que manifestar la dignidad que creemos ostentar.
' Abundan los ministros ejemplares e íntegros; la Iglesia no es guarida de forajidos.
Mario Alberto Molina
Para la misa que se celebrará mañana en todas las iglesias católicas se han asignado dos lecturas, una del profeta Malaquías y otra del evangelio según san Mateo, que contienen duras y acerbas críticas a los ministros religiosos del tiempo del profeta y del de Jesús. Los vicios censurados por ambos son distintos, pero no son defectos confinados a la antigüedad; también afectan a miembros del clero hoy. Esas lecturas ofrecen la oportunidad de ejercer una autocrítica que sea estímulo para corregir vicios, reducir jactancias y moderar pretensiones.
Jesús censura la arbitrariedad en el ejercicio de la autoridad de parte de los escribas y fariseos. La crítica se centra en cuatro puntos: la incoherencia entre lo que enseñan y su forma de vida, la imposición de normas y exigencias a los fieles que ni ellos mismos cumplen, la práctica de una piedad fingida y aparente y la búsqueda de honores. Estas conductas son perenne tentación todavía hoy. La palabra del ministro que explica la Escritura se llena de la autoridad del mismo Dios; la celebración del culto introduce al ministro en el ámbito de lo sagrado y lo imbuye de la sacralidad de Dios. Ante esos peligros reales, todo ministro debe cultivar la conciencia de que es un pecador que por gracia ha sido designado administrador de las cosas sagradas.
Jesús no los menciona, pero otros defectos socavan la integridad de algunos ministros: la afición al dinero y el cobro excesivo por servicios religiosos; la mala preparación de las homilías y la celebración deficiente del culto; los vicios morales que menoscaban la dignidad del ministerio. El sacerdocio católico ha sufrido agravio en los últimos decenios porque numerosos sacerdotes han cometido pederastia. Estudios estadísticos en diversos países muestran que ese crimen es en todas partes múltiples veces más numeroso en el ámbito familiar que en el eclesial. En ambos es execrable porque hiere de modo permanente al niño inocente. Pero en el ámbito eclesial tiene naturaleza sacrílega porque menoscaba también la honra de Dios.
Jesús advierte a sus discípulos contra la pretensión de colocar a un simple ser humano en el lugar de Dios, cuando prohíbe llamar a nadie en la tierra con los nombres de “maestro”, “guía”, “padre”; podría haber añadido “sacerdote” o “pastor”. Estos son términos que la Biblia aplica a Dios o a Jesucristo. No se trata de palabras, como si un alumno no pudiera llamar “maestro” a su enseñante o un fiel evangélico “pastor” a su ministro. El asunto es de mayor profundidad. Jesucristo nos enseñó a llamar a Dios “Padre”; él mismo se hacía llamar “Maestro”; también se llamó “Pastor”. Jesús advierte contra la pretensión de utilizar esos nombres para darle categoría divina a un ser humano o, peor todavía, contra la audacia de algún ministro de utilizar esos nombres para revestirse de aura divina.
Esta crítica bíblica a los vicios que afectan al ministerio eclesiástico contribuye a que, si le prestamos atención, podamos ejercer el servicio con integridad, humildad y disponibilidad. La autocrítica da credibilidad al ministerio y pone en evidencia que solo somos administradores indignos de las cosas de Dios.