Los tiranos no aprenden de la historia
El poder es efímero.
El derrumbe de la dictadura dinástica del gobernante sirio Bashar Al Assad (2000-24), quien sucedió a su padre Háfez Al Assad (1971-2000), ocurrió en medio de una larga y terrible guerra civil (2011-24), cuyo saldo se estima en más de 500 mil asesinados y 6 millones de refugiados y desplazados. Al Assad pudo salvar su vida y la de su familia, así como su patrimonio, aunque esto siempre está sujeto a que el gobierno que le brindó asilo pueda utilizarlo como moneda de cambio en el futuro.
El poder es efímero.
Sin duda, la caída de Al Assad nos ilustra una vez más sobre lo efímero que es el ejercicio del poder, así como en torno a los efectos devastadores del colapso de un régimen autoritario o totalitario. Inequívocamente, la permanencia en el poder, sin la posibilidad de una alternancia pacífica, que permita la renovación del sistema de gobierno, siempre termina en la sustitución de los déspotas en medio de indeseables turbulencias, insufribles vacíos institucionales y derramamiento de sangre.
La Historia contemporánea registra a otros autócratas que, a su caída, salvaron sus vidas: Mohammad Reza Pahleví, en Irán (1941-79), Porfirio Díaz, en México
(1876-1911), Idi Amin, en Uganda (1971-9), Nguyen Van Thieu, en Vietnam del Sur (1965-75), Fulgencio Batista, en Cuba (1952-9), Alfredo Stroessner, en Paraguay (1954-89), Jean-Claude Duvalier, en Haití (1971-86), Erich Honecker en Alemania Oriental (1976-89), Pol Pot, en Camboya (1975-9), Augusto Pinochet, en Chile (1973-90), y Anastasio Somoza Debayle, en Nicaragua (1967-79), entre otros.
Pararon en la cárcel, después de la terminación abrupta de sus mandatos, los exdictadores Manuel Noriega, en Panamá (1983-9), Alberto Fujimori, en Perú (1992-2000), Juan María Bordaberry, en Uruguay (1973-6), y Rafael Videla, en Argentina (1976-8). Murieron violentamente los dictadores Adolfo Hitler, en Alemania (1933-45), Benito Mussolini, en Italia (1922-45), Rafael Leonidas Trujillo, en República Dominicana (1930-61), Anastasio Somoza García, en Nicaragua (1937-56), y Nicolae Ceaușescu, en Rumania (1965-89).
Por cierto, a finales del siglo XVIII, en la Francia Revolucionaria se registró la singular ejecución del dictador Maximiliano Robespierre (1793-4). Éste lideró el “Régimen del Terror”, bajo el cual fueron ajusticiadas entre 20 y 40 mil personas, así como se generalizaron las persecuciones políticas, una brutal represión e innumerables ejecuciones decretadas en juicios inquisitoriales, por traición, sedición y conspiración, entre otros crímenes de odio.
En nuestro país, la “semana trágica”, en 1920, precedió el derrocamiento violento del dictador Manuel Estrada Cabrera (1898-1920), así como el linchamiento de varios de sus colaboradores. El déspota fue encarcelado. Asimismo, en 1944, un movimiento cívico militar derrocó a la dictadura ubiquista (1931-44). Tanto Jorge Ubico como su sucesor, Federico Ponce, salieron al exilio.
En Latinoamérica, subsisten férreas autocracias: la sandinista de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en Nicaragua (2007-24); la castrista de Miguel Díaz Canel, en Cuba (2019-24); y la chavista de Nicolás Maduro, en Venezuela (2013-24).
En Guatemala, rige un régimen político híbrido, autoritario, bajo el cual se ha puesto en jaque la institucionalidad constitucional, se ha consolidado una mafiocracia que ha colonizado el sector público, han perdido eficacia los mecanismos de protección de los derechos humanos, impera la corrupción y la impunidad, así como está a la orden del día el hostigamiento, criminalización y persecución de opositores, disidentes y enemigos.