De mis notas
Los 28 siglos de condena del general Benedicto Lucas
Se han convertido en un grotesco garrote teatral de venganza disfrazado de justicia.
En Guatemala, los acuerdos de paz buscaban —supuestamente— cerrar un capítulo oscuro de la historia y construir un futuro basado en la reconciliación y la justicia, un sueño de opio vendido por la guerrilla y la comunidad internacional. El caso del general Benedicto Lucas García, sentenciado recientemente a “veintiocho siglos” de prisión, evidencia cómo algunos tribunales han convertido este ideal en un grotesco garrote teatral de venganza disfrazado de justicia.
El genocidio, término usado indiscriminadamente en estos juicios, nunca se pudo probar en el caso de Efraín Ríos Montt ni en el de otros militares. Para darse este crimen, es imprescindible probar el dolo especial: la intención deliberada de destruir un grupo étnico, religioso o nacional. En el conflicto armado interno, los campesinos que se unieron a la insurgencia eran combatientes beligerantes bajo las leyes internacionales, no víctimas civiles.
A pesar de esto, los tribunales “afines” han basado sus fallos en peritajes realizados por expertos vinculados a ideologías de izquierda, como Rodolfo Robles Espinoza. Estos informes, lejos de ser objetivos, están impregnados de valoraciones políticas que distorsionan los hechos. Peor aún, los jueces y fiscales han mostrado un sesgo vergonzante, admitiendo solo los peritajes que refuerzan sus narrativas y desechando los de la defensa, como los realizados por el capitán Óscar Germán Platero Trabanino. Y el mío, en el juicio de Ríos Montt.
El Ejército de Guatemala, por mandato constitucional, estaba obligado a combatir las guerrillas subversivas. Transformar ese deber en un “crimen” es una manipulación absurda de la ley y un ataque directo a los principios del Estado de Derecho. Los campesinos insurgentes, combatientes activos, son retratados como víctimas civiles, ignorando su papel beligerante. Este enfoque tergiversa los hechos y mina la credibilidad en la justicia.
La estrategia contrainsurgente, que incluyó operaciones en Nebaj, Cotzal y Chajul, ha sido interpretada en los juicios como un intento de eliminar a comunidades indígenas indefensas. Sin embargo, convenientemente, nunca se ha reconocido el carácter beligerante de muchas de las supuestas víctimas, quienes participaron activamente en la insurgencia armada.
¡Ya por amor de Dios, dejen de meternos en ese círculo vicioso perverso!
Condenar a un hombre de 92 años a “veintiocho siglos” de prisión no solo desafía la lógica, sino que pone en evidencia el espíritu de venganza que permea estos juicios. Más que justicia, parece un garrote teatral zoopolítico. La misma lógica se aplicó en el caso de Efraín Ríos Montt, a quien se intentó trasladar a uno de los manicomios más peligrosos del mundo, según la BBC. Esta decisión, además de absurda, refleja una crueldad innecesaria que trasciende cualquier principio humanitario.
Como si la sentencia de veintiocho siglos no fuese suficiente, el tribunal ha cometido una de las mayores injusticias al negarle al general Lucas García el derecho a la prisión domiciliaria. Este derecho, consagrado en las leyes nacionales y respaldado por estándares internacionales, le ha sido reiteradamente negado a pesar de su avanzada edad, sus condiciones de salud críticas y las propias resoluciones de la Corte de Constitucionalidad en casos similares.
El principio humanitario y la dignidad del ser humano, elementos esenciales del derecho, han sido ignorados por completo. El general Lucas García, un anciano raspando los cien años, enfermo y vulnerable, permanece en prisión preventiva desde hace más de ocho años, en condiciones que ponen en riesgo su vida. Este acto no solo es una violación de sus derechos fundamentales, sino una muestra de cómo la venganza ha suplantado a la justicia en estos procesos.
Escribí alguna vez que “Platón, a través de Sócrates, advertía sobre los peligros de una “justicia simulada”, una justicia que no busca la verdad sino perpetuar la apariencia de legitimidad.
En Guatemala, esa advertencia se ha materializado en juicios que más que actos de reconciliación, en circos, en bochornosos espectáculos politiqueros.
¡Ya, por amor de Dios, dejen de meternos en ese círculo vicioso perverso!