Pluma invitada

Lo que los Juegos Olímpicos pueden enseñarnos sobre la excelencia

La búsqueda de la excelencia nos ofrece un camino poderoso y necesario hacia la intimidad con nosotros mismos.

Nos atraen las historias sobre individuos que no solo encarnan la búsqueda de excelencia, sino que también poseen humildad.

Pensemos en la gimnasta estadounidense Simone Biles, quien superó los problemas de salud mental que la dejaron en gran medida en el banquillo en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 para ganar tres medallas de oro en París. Quizá la imagen más icónica de estas Olimpiadas ocurrió luego de uno de los pocos eventos de gimnasia que Biles no dominó por completo, la competencia individual en la modalidad de piso. En la ceremonia de premiación, Biles, que ganó la plata, y su compañera de equipo Jordan Chiles, que se llevó el bronce, hicieron una reverencia para demostrar su respeto por la ganadora de la medalla de oro, la brasileña Rebeca Andrade.

O tal vez el momento olímpico que más atención captó fue cuando el pertiguista Mondo Duplantis, en representación de Suecia, rompió su propio récord mundial mientras lo aclamaban sus compañeros en el podio, Emmanouil Karalis de Grecia (que le puso cinta a una cortada en la mano de Duplantis durante la competencia) y el estadounidense Sam Kendricks, que ayudaba a callar a la multitud antes de cada intento de Duplantis para batir el récord mundial. En las tribunas, apoyándolo y dándole consejos, estaba Renaud Lavillenie, el francés cuyo récord mundial Duplantis superó en 2020.

Luego estuvo el velocista estadounidense Noah Lyles, que se hizo acreedor al título del hombre más rápido del mundo cuando ganó el oro en los 100 metros planos. Poco después escribió a sus admiradores en un mensaje de redes sociales: “Tengo asma, alergias, dislexia, TDA, ansiedad y depresión. Pero les aseguro que lo que padecen no define en lo que pueden convertirse. ¿Por qué no podrían ser ustedes?”.

La excelencia no equivale a perfección o a ganar a toda costa. Es un proceso profundamente satisfactorio de alcanzar la mejor versión de ti, en lo personal y lo profesional. Te fijas metas que suponen un reto, haces tu mejor y más honesto esfuerzo, superas los altibajos y todo lo que implica, y aprendes a respetarte a ti y a los demás. Este tipo de excelencia no es solo para los atletas de clase mundial; es para todos nosotros. Sin duda se puede encontrar en los deportes, pero también en las artes creativas, la medicina, la enseñanza, la tutoría, las ciencias y demás ámbitos.

Comprender que la excelencia radica tanto en la búsqueda de una meta como en el cumplimiento de esta nos permite ampliar nuestra definición de éxito. La excelencia es un proceso. Ese proceso puede, y debe, renovarse día con día. La verdadera recompensa de la excelencia no es la medalla ni el ascenso a un mejor puesto, sino la persona en quien te conviertes y las relaciones que forjas en el camino. En 2007, el psicólogo Tal Ben-Shahar acuñó el término “falacia de la llegada” para describir la trampa de pensar que alcanzar una meta te traerá satisfacción o realización duraderas. Cualquiera que alguna vez haya pensado: “Si alcanzo tal meta, entonces seré feliz”, comprende esto.

Puede que los Juegos Olímpicos sean un ejemplo de excelencia y realización a un nivel que pocos de nosotros podemos imaginar.

En algunos casos, la excelencia también implica competir, una palabra derivada del latín “com”, que significa “juntos”, y “petere”, que significa “esforzarse”. Los mejores competidores se esfuerzan juntos. Es por eso que, al terminar su competencia de nado de 800 metros estilo libre, lo primero que hicieron las nadadoras Katie Ledecky, de Estados Unidos, y Ariarne Titmus, de Australia, fue saltar los carriles de la piscina para abrazarse. Es por eso que Simone Biles dijo que el hecho de competir junto a Rebeca Andrade, “me llevó a ser la mejor atleta que puedo ser, así que me emociona y enorgullece competir con ella”.

La excelencia significa esforzarse bien y encontrar satisfacción en el proceso. Cuando descubres una misión o actividad que te interesa y le entregas todo de ti, aprendes a valorar la concentración, la constancia, el cuidado, la disciplina y la compasión. Aprendes sobre la importancia del trabajo arduo y el descanso, sí, pero también sobre cómo aceptar con gracia la derrota y aprender de ella.

Buscar la excelencia es, en el fondo, mantener respeto, compasión y empatía hacia los demás incluso mientras buscas ser el mejor y, a veces, ganar. Sí, debes tener mucha motivación y tenacidad, y a veces, esforzarte tanto que la gente quizá piense que estás loco. Pero es precisamente a través de este compromiso inamovible —y el reconocimiento de lo difícil que puede ser— que adquieres empatía y respeto por los demás competidores en la arena.

En los últimos diez años, he revisado cientos de estudios y entrevistado a decenas de personas de alto rendimiento, incluyendo a atletas, científicos, artistas, médicos, educadores y empresarios, y descubrí que los mayores indicadores de éxito y satisfacción duraderos en las personas se resumían en su manera de responder a estas cinco preguntas: ¿Se entregaron al cien por ciento a su misión? ¿Vivieron en congruencia con sus valores? ¿Fueron pacientes y estuvieron presentes en todo momento? ¿Aceptaron su propia vulnerabilidad? ¿Construyeron relaciones significativas y de respeto mutuo en el camino? Me sorprendió que la idea que más conectó con los medallistas olímpicos fue tener los pies en la tierra, que se puede ser una buena persona y llegar a lo más alto.

Puede que los Juegos Olímpicos sean un ejemplo de excelencia y realización a un nivel que pocos de nosotros podemos imaginar, pero sí nos ofrecen un momento para reflexionar sobre nuestras propias versiones de excelencia. ¿Cómo debería usar el tiempo que tengo? ¿Cómo canalizo mi concentración para concretar mis intereses con esmero? ¿Qué dice esto sobre mis valores y mi deseo de ponerlos en práctica? En una época de desconexión y enajenación, la búsqueda de la excelencia nos ofrece un camino poderoso y necesario hacia la intimidad con nosotros mismos, nuestro trabajo y nuestras comunidades. En el fondo, eso significa ser los mejores humanos que podemos.

c. 2024 The New York Times Company

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: