Lo “normal” que no es normal
Esta ley viene a llenar un vacío legal que dejaba desprotegidas a las víctimas de violencia sexual entre 14 y 16 años.
En Guatemala, sigue siendo “normal” que las niñas y adolescentes, desde los 10 años, queden embarazadas e interrumpan su proceso de desarrollo. Sigue siendo “normal” que vivan abusos desde los 5 o 6 años. Sigue siendo “normal” que toda la familia lo sepa y haga silencio, porque el abusador es el que mantiene a todos. Sigue siendo “normal” que las violen, porque lo mismo le pasó a la abuela, la madre, la tía y la hermana. Sigue siendo “normal” que millones de bebés nazcan como producto de un hecho de violencia.
Esta ley viene a llenar un vacío legal que dejaba desprotegidas a las víctimas de violencia sexual entre 14 y 16 años.
De enero a julio de 2024, hay 33,897 registros de nacimiento de madres entre los 10 y los 19 años, según las cifras del OSAR. Casi 5 mil por mes. Esto no puede ser normal. Lo que sería normal en este siglo XXI de la robótica, la física cuántica, los viajes al espacio y la neurociencia es que una niña o adolescente estuvieran preparándose para la vida que les espera, desarrollando todas sus capacidades intelectuales, emocionales, sociales y físicas.
Si bien es cierto que somos animales, también lo es que ya no somos animales de cuatro patas. El solo hecho de caminar erguidos fue un avance evolutivo de tal magnitud, que hizo que, incluso, nuestro esqueleto sufriera enormes cambios. En ese camino evolutivo y civilizatorio, nos hemos convertido en animales racionales que, como especie, buscamos avanzar. Mucho de lo que era normal hace millones de años, no es normal hoy en día. Por ello, asusta que, en sociedades patriarcales como la guatemalteca, se sigan practicando las reglas de Mahoma, quien se casó hace quince siglos con una niña de 9 años, con el permiso de sus padres.
¿Qué es normal? es la pregunta. A mi parecer, todo aquello que una sociedad haya convenido y regulado en sus marcos normativos fundamentales para una mejor convivencia y que no atente contra la dignidad y los derechos humanos de una persona, aunque sea una práctica cultural. Sobre todo si son personas menores de edad o en otras situaciones de vulnerabilidad. Hoy, la edad importa. Por ello, la iniciativa 6430 (Ley para Prevenir el Abuso Sexual Infantil) impulsada por el diputado Raúl Barrera y presentada el 8 de agosto ante la Dirección Legislativa, augura un mejor futuro para la niñez y adolescencia del país, especialmente para las niñas y adolescentes, aunque también protege a aquellos niños y adolescentes que han vivido una violación. El tema sigue siendo un tabú en Guatemala, pero las costumbres y tradiciones están para cuestionarse cuando atentan contra las personas.
Esta ley viene a llenar un vacío legal que dejaba desprotegidas a las víctimas de violencia sexual entre los 14 y 16 años. Conste que no estamos hablando de dos novios que tienen relaciones a esa edad, que sería la excepción. Hablamos del abuso de poder de una persona al menos dos años mayor y de la introducción temprana y violenta a una vida sexual no deseada. Ya antes se había reformado el Código Civil para aumentar la edad de los matrimonios infantiles, pero faltaba esta iniciativa que resuelve un limbo jurídico y tipifica claramente una violación.
Luego de cinco meses de asistir a la mesa técnica en la cual participamos representantes de más de 70 instancias de gobierno, sociedad civil, sector religioso y cooperación internacional, entre otras, me ha quedado claro que una democracia es lo mejor que le puede pasar a un país civilizado. Opiniones distintas, enfoques diversos, personas que en otros espacios podrían ser noche y día, discutiendo alrededor de un objetivo: modificar los artículos 173 y 173 “bis” del decreto 17-73 del Código Penal, relacionados con los delitos de violación y agresión sexual. Pero lo mejor del proceso fue poner en el centro a la niñez, adolescencia y juventud, incluyendo a víctimas de violencia sexual. Fueron realmente ellas y ellos quienes se representaron a sí mismos, y lo hicieron bien. Nos toca a las personas adultas abrirles el camino.