Lev Tahor
El caso de Lev Tahor es otro fallo de la ausencia de políticas de Estado sumado al antisemitismo contemporáneo.
“Rescata a 160 menores en Oratorio, Santa Rosa”, fue la portada de este medio el pasado 21 de diciembre. ¡Qué barbaridad, por el amor de Dios! 160 niños sujetos a violación forzada y abuso por una secta religiosa. Se le agradece a Estados Unidos su ayuda, pero este tema es grave cuando pasa en nuestro territorio y más cuando las alertas llevan años de estar encendidas y esta situación no es exclusiva de los niños de dicha secta, sino de todos los niños de Guatemala en general.
No es lo mismo convivir con 10 familias ultraortodoxas judías que con cien; eso es lo que se conoce como diáspora migratoria.
Guatemala es un país laico, establecido en nuestra Constitución en su artículo 36: “Libertad de religión. El ejercicio de todas las religiones es libre. Toda persona tiene derechos a practicar su religión o creencia, tanto en público como en privado, por medio de la enseñanza, el culto y la observancia, sin más límites que el orden público y el respeto debido a la dignidad de la jerarquía y a los fieles de otros credos”. Las palabras claves son “orden público”, que te establece límites y el respeto a las otras religiones, que se debe entender que no salís a manifestarte frente a otra religión exigiendo que estás en lo correcto y los otros no. Siendo este un país cristiano, que ha cambiado muchísimo en 70 años de catolicismo a protestantimo, el respeto a la religión se ha mantenido y, en lo personal, rechazo la explotación política que se hace del Te Deum en la toma de posesión de un presidente electo, así como la celebración de un servicio evangélico. Se hace porque el político quiere quedar bien con todos, y vaya que la historia nos ha demostrado que los políticos creen en el dinero por encima de una fe… hasta la fecha.
Pero otra cosa muy distinta es el respeto a nuestras leyes e instituciones y a la total ausencia de capacidad política internacional que sigue reinando en nuestras instituciones. No es lo mismo convivir con 10 familias ultraortodoxas judías que con cien, eso es lo que se conoce como diáspora migratoria y nadie está preparado para eso. Lev Tahor, en su fundamentalismo, considera que su persecución es lo que los hace elegidos de Dios. Están en desacuerdo con la creación del Estado de Israel y abogan por su destrucción, y vinieron a Guatemala hace 10 años desde Canadá, donde los echaron, porque en ese entonces se podía casar uno a los 14 años con el consentimiento de sus padres y porque no se te exige ir a un establecimiento público, siempre y cuando ganabas los exámenes de Ministerio de Educación.
Por enésima vez, el pueblo de Israel atraviesa un oleaje de antisemitismo, porque es la moda en las universidades en Estados Unidos y muchas aquí en Guatemala, alimentadas de “profesores” ignorantes y de autoridades motivadas por ideologías trasnochadas. Por siglos, la frase política más confiable fue “culpa de los judíos”, y eso está pasando con el caso de esta secta. En estos momentos de otro oleaje antisemita en el mundo, la comunidad israelí en Guatemala debió aclarar, ante la ignorancia de medios, políticos y personas malintencionadas, que este no es un problema de Israel ni de la comunidad judía en este país; es un problema sectario ajeno. El problema de Lev Tahor es una irresponsabilidad del Estado de Guatemala, que desde el 2014 no se quiso hacer cargo y ahora 160 niños inocentes deben pagar las consecuencias de nuestros errores. Nuevamente tuvo que intervenir Estados Unidos, después de 10 años de mediocridad en un tema discutido y señalado por expertos nacionales. Urge que para este 2025 aprendamos a trabajar junto y resolver problemas.