Fundamentos
Las redes y los quince minutos de fama
Las redes son un inmenso álbum donde se va dejando, para siempre, trazabilidad de nuestra conducta.
En el mundo de las citas y atribuciones, en el que suelen asignar a Gandhi, Mandela, Churchill o George Bernard Shaw frases o pensamientos que jamás pronunciaron, circula una en particular de la que sí es posible verificar su autoría. Se trata de los famosos “quince minutos de fama” que el controvertido artista Andy Warhol pronunció. Aquello, más que una frase pop, parece haber sido una especie de vaticinio, anticipando de alguna manera que todos en el planeta tendríamos la oportunidad de ser visualizados y, en consecuencia, de protagonizar. Las redes sociales han sido esa plataforma.
Con la globalización de las comunicaciones, la inmediatez de las redes y la masiva difusión de los dispositivos personales, de pronto la posibilidad de hacerse escuchar ha llegado a niveles insospechados. Lo que antes eran medios con un solo emisor y múltiples destinatarios, hoy el proceso de comunicación se ha fragmentado a tal nivel que los emisores de mensajes con un alcance universal son prácticamente innumerables. Hay toda una discusión en el sentido de si esto ha sido positivo. Quienes defienden las redes les atribuyen el mérito de haber democratizado la opinión pública y haber otorgado voz a quienes en circunstancias normales no la tenían.
Sin embargo, como el genio liberado de la botella del cuento infantil, las implicaciones han sido enormes y no siempre buenas. Por un lado, en el contexto de la polarización de las discusiones que allí se producen, personas que normalmente guardarían las formas en su conducta terminan expresando y abriendo su pensamiento en público, no siempre de manera respetuosa o educada. Por otro lado, el hecho de permitir que los usuarios puedan esconder su identidad incentiva a que estos derramen sus odios y prejuicios de la manera más visceral posible. Pareciera que ciertas redes se han convertido en una especie de “baños públicos digitales”, donde se puede pintar una pared con insultos en total impunidad, para que sean leídos con posterioridad por otras personas.
Pareciera que ciertas redes se han convertido en una especie de “baños públicos digitales”.
El tema de las redes es un desafío antropológico. Evitar que los mensajes no lleguen a su mínimo denominador moral en un ambiente así es imposible. Siempre habrá quien aproveche sus quince minutos para mostrar sus flaquezas. Censurar, como lo proponen otros, termina siempre en la eliminación de libertades o en quitar aquellas ideas que no gusten a este o aquel. De manera que pareciera que estamos frente a un intento inútil de lograr la cuadratura del círculo.
No obstante, el reto debe ser aceptado. Le llamo yo educar en redes. Empieza por el hecho de no dar a ese caldo tóxico más importancia de la que merece. Pensar que lo que es trending topic es el estado real de una cuestión en un momento determinado es un grave error. No son más que construcciones pasajeras. Por otro lado, saber discriminar entre las ideas que construyen y los simples insultos también es clave. No siempre invertimos nuestra atención en lo que es bueno e importante. Por último, preservar siempre la etiqueta y decoro en la forma de expresarnos, evitando engancharse en provocaciones, es un atributo de personas de bien. Recordemos que las redes son un inmenso álbum donde se va dejando, para siempre, trazabilidad de nuestra conducta.
La fama de los quince minutos de la que hablaba Warhol, buena o mala, depende de que invirtamos en ella nuestros quince minutos de atención. Allí está la clave para dominar al genio de la botella.