La verdad
En algún momento se descubrirá la inviabilidad social de la verdad reducida a opinión subjetiva.
Pilato y Jesús sostienen uno de los diálogos más impactantes en la mañana del día en que Jesús fue crucificado. Lo cuenta el evangelista Juan. El diálogo queda en el aire, pues Pilato lo corta con una pregunta que pone en evidencia que el asunto del que hablan le desborda. Así que el diálogo impacta, no porque los interlocutores llegaran a una conclusión luminosa, sino precisamente por el asunto del que trata y el modo como concluye.
En la madrugada de aquel viernes, vísperas de la pascua judía según el calendario que maneja el evangelista, las autoridades religiosas llevan a Jesús ante el gobernador romano con una acusación de sedición. Su propósito es lograr la ejecución de Jesús para sacárselo de en medio. Según la estrategia de los acusadores, evitarán así un motín popular.
Acusan a Jesús de reclamar para sí el título de “rey de los judíos”. Tenían algún fundamento para la denuncia. En otras ocasiones, Jesús había reivindicado para sí el título de origen político de Mesías, aunque había declarado que sería Mesías, no a través del triunfo militar, sino a través de la derrota de la pasión y sentencia de muerte. Unos días antes, Jesús había entrado en Jerusalén entre las aclamaciones del pueblo que lo reconocían como el esperado heredero del trono de David. En el interrogatorio ante esas autoridades de Jerusalén, Jesús había declarado abiertamente su identidad mesiánica.
La verdad no puede ser plebiscitaria.
Pilato al principio mantiene una cierta objetividad. El porte humilde, sosegado, sumiso del personaje que tiene delante no le parece gran amenaza. Por eso pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. El diálogo avanza y llega al punto donde Jesús acepta ser rey, pero no de los judíos, sino de la verdad. El suyo es un reino que no se impone por la fuerza de las armas como los de este mundo, pues él no tiene ejército alguno. Su reino consiste en dar testimonio de la verdad. “Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
Pilato solo conoce el poder de las armas; no tiene idea del poder de la verdad. Por eso corta el diálogo con la pregunta “¿qué es la verdad?” y da media vuelta. Pero esa pregunta de Pilato no ha dejado de resonar a lo largo de la historia.
Las actuales tendencias culturales le quitan el artículo al sustantivo. El consenso es que no existe “la” verdad, sino “mi” verdad, la de cada uno. Esto es realmente trágico, pues es casi imposible encontrar una base para la convivencia, cuando la verdad deja de ser adecuación de la mente a la realidad que todos pueden reconocer por la razón y se fragmenta en opiniones subjetivas que surgen de cada voluntad y libertad. Los consensos sociales se establecen por sondeos y plebiscitos. Pero las mayorías pueden equivocarse. La verdad no puede ser plebiscitaria. Por muy difundida que esté esta manera de concebir la verdad, no es la primera vez ni durará siempre. La época de los sofistas griegos dio paso a la época de Sócrates, Platón y Aristóteles; y así ha sido siempre en la historia del pensamiento occidental. En algún momento se descubrirá la inviabilidad social de la verdad reducida a opinión subjetiva y volveremos al pensamiento racional no voluntarista.
La verdad tiene la fuerza de lo real. En boca de Jesús, la verdad que daba fundamento a su reino y de la que él había venido a dar testimonio era Dios mismo como realidad fundamental que da sentido al mundo y al hombre. La verdad implica confianza en la capacidad humana de pensar y de conocer. Para el ejercicio constructivo de la libertad personal y política es necesaria una ética compartida socialmente que se funde en la realidad objetiva de la naturaleza de las cosas y del hombre.