AL GRANO
La representación nacional, V y final
La configuración, entonces, de un senado o cámara alta representativa de las naciones o pueblos de Guatemala sería una posible respuesta al hecho de que, tras siglos de convivencia y de compartir un discurrir histórico, un territorio e innumerables acontecimientos, desde guerras hasta terremotos y huracanes, conflictos internos y, también hay que decirlo, experiencias exitosas, Guatemala sigue siendo una república compuesta de más de una nación o pueblo.
' En el fondo, este es un tema del reconocimiento de la dignidad de cada nación, de cada pueblo de los que integran Guatemala.
Eduardo Mayora Alvarado
Este hecho, que no es, ni mucho menos, peculiar a Guatemala, dentro de un marco institucional y político adecuado es, indiscutiblemente, muy valioso. Cada cultura, en esas circunstancias, aporta lo propio y el conjunto de ese mosaico es más que la suma de sus partes. Además, la participación de cada nación o pueblo en ciertos procesos de toma de decisiones de relieve tal que concierna a los intereses legítimos, a las aspiraciones de dimensión nacional dentro de un mismo marco constitucional, en plano de igualdad con los otros, puede ser capaz de generar ese sentido de pertenencia y de dignidad indispensable para la cohesión de todos los guatemaltecos.
Estoy seguro de que hay opiniones en el sentido de que algo como lo que he procurado apenas bosquejar, sería el primer paso hacia un mayor distanciamiento entre las diversas naciones o pueblos de Guatemala, hacia una mayor diferenciación o, incluso, hacia una desintegración de la república. Es innegable que el antecedente más cercano de la desintegración de la federación centroamericana del siglo XIX, al igual que procesos similares que han tenido lugar en Sudamérica, en donde también fracasó el ideal bolivariano (si bien existen hoy tratados de integración y comunidades como la Andina y Mercosur), levantan dudas, al igual que el caso de Bolivia, en donde existe un movimiento separatista de la Provincia de Santa Cruz.
Pero al lado de esos antecedentes históricos hay, también, historias de éxito (mencionadas en el primero de esta serie de artículos) y, además, las cuestiones de fondo son, en buena medida, de otra naturaleza. Aquellas guerras civiles del siglo XIX nada tenían que ver con la afirmación, aunque fuera por la fuerza, de las conciencias nacionales de los pueblos de Centroamérica. Se enfrentaron las élites de la metrópoli contra las élites de las provincias y el objetivo final no era intentar configurar, como en el caso de los Estados Unidos a finales del Siglo XVIII, una mejor unión capaz de perdurar en el tiempo. Y es de eso, precisamente, de lo que hablo, de procurar un diseño constitucional que nos propicie una mejor unión.
Llegando al final de estas reflexiones, vuelvo a insistir en los principios republicanos (mencionados también en el primero de esta serie de artículos). Deben ser, a nivel de cada ciudadano, en mi opinión, una esfera impenetrable, un cimiento fundamental de las nuevas instituciones. No se trata de reemplazar los valores y principios republicanos por otros, sino de sumar a la representación en el parlamento de cada ciudadano, como tal, la de cada ciudadano consciente de su pertenencia a una nación o pueblo.
Para lograr el objetivo de esa representación de naciones o pueblos no hace falta —y sería un gran error— limitar o sacrificar las libertades y derechos individuales. Soy consciente de que algunos entienden que la representación de la que aquí he tratado necesariamente trasladaría al ámbito de las decisiones colectivas aspectos que, hoy en día, son materia de la decisión libre de cada ciudadano. Eso no es así. Por último, creo que, en el fondo, este es un tema del reconocimiento de la dignidad de cada nación, de cada pueblo de los que integran Guatemala.